Fin de la afrenta
López Obrador y su canciller Ebrard, quedaron en ridículo mundial al expresar que Morales fue víctima de un “golpe de Estado”. El informe de la OEA y la investigación de CNN sobre el proceso electoral boliviano son claros: atribuyen a Morales el golpe de Estado por pretender usurpar, una vez más, la voluntad de los bolivianos con un fraude mayúsculo. Morales introdujo y normalizó prácticas delincuenciales en la aplicación de las reglas de juego y los procedimientos constitucionales.
Lo acontecido no es un golpe de Estado por cuatro motivos: primero, recordemos que este tercer periodo de Morales fue inconstitucional; segundo, porque no respetó la decisión soberana del 21F que le prohibía repostularse, no podía ser candidato ni elegido; tercero, el comunicado de las FFAA no fue la causa de la renuncia, se pronunciaron sobre hechos ya consumados; cuarto, porque es el ciudadano, como titular de la soberanía, quien confía y otorga poder a un elegido para representar y ejercitar la conducción del Estado, enmarcado en la Constitución y las leyes. Pero si este hace abuso de ese poder conferido, el soberano tiene la legitimidad, la legalidad y la autoridad, para recuperar ese poder con el objeto de restaurar la democracia denigrada.
La movilización social generalizada y de ámbito nacional, tiene naturaleza constituyente, vale decir, es la autoridad política jurídica suprema del Estado, con una jerarquía superior a la propia Constitución. Basada en esta autoridad tácita, era suficiente proclamar la destitución de Morales por no tener el control de las instituciones del Estado, por carecer del control territorial del país, por el delito de fraude electoral y otros inmersos promovidos por su persona y por carecer del respaldo “constitucional” de las FFAA y de la Policía, lo que le incapacitó para garantizar la seguridad, la estabilidad y gobernabilidad, como le mandaba la Constitución.
Como el régimen durante el ejercicio del poder conferido por el pueblo no ofreció las razones por las cuales debía ser obedecido y apeló al fraude, a la coerción y a la demagogia para obtenerla, destruyó los fundamentos de su permanencia. El MAS no tuvo legitimidad de origen para este tercer mandato y por lo tanto nunca tuvo legitimidad de ejercicio. Como mandatario quiso ser superior al mandante, es decir superior al pueblo mismo, haciendo lo que expresamente prohibía.
La tesis sobrevenida del “golpe” está llena de simplificación, procura estigmatizar a la oposición y a las FFAA, pero fue Morales el que inició la crisis por persistir en su ambición desmedida, lo que lo llevó a cometer toda clase de tropelías sistemáticas. De ahí que la superioridad moral de la izquierda, una vez más, es una farsa, un engaño para militantes obcecados o para niños.
Bolivia se ha convertido en un símbolo. Bolivia y el mundo tiene que festejar el heroísmo de la resistencia pacífica, el triunfo de la no violencia, no como una elección moral ni filosófica, sino estratégica.
Morales se fue como vino, repartiendo culpas a la “derecha” al “imperialismo” y enemigos fantasmas, cuando en realidad fue él mismo y sus propios dirigentes quienes se noquearon a sí mismos ¡Triunfó el pueblo, restauramos la democracia, triunfó el país!
El autor es abogado constitucionalista
Torresarmas1@hotmail.com
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