La insurrección moral en Bolivia
La historia de estas semanas podría contarse como una insurrección ética que tuvo como protagonistas principales a los jóvenes de las clases medias en Bolivia.
No se trata de desmerecer la participación masiva y decisiva de todos los sectores, y con papel fundamental de las mujeres. Pero el movimiento fue iniciado por los jóvenes de las clases medias, y fueron ellos los que marcaron la tónica de la protesta y fueron perfilando sus contenidos.
Ya los habíamos visto actuando durante y después del referendo del 21 de febrero de 2016, y en los paros y protestas que se llevaron a cabo para exigir que se respeten sus resultados. También dejaron ver en esas ocasiones su frustración y molestia con el gobierno y el partido de Evo Morales, y también su decepción con los políticos y candidatos que no parecían tener la convicción necesaria para enfrentar sus maniobras extra legales.
Sin embargo, cuando llegó el día de las elecciones salieron a votar, como la inmensa mayoría de los ciudadanos, con la pequeña esperanza de inducir un cambio. Las encuestas habían detectado una altísima y persistente proporción de indecisos, y también de desconfianza hacia el Tribunal Electoral. Incluso entre los que anticipaban su voto en favor del MAS había una alta proporción de gente que creía que Morales se impondría por fraude. El domingo 20 fueron notables la dedicación y el celo con que los ciudadanos actuaron en las mesas electorales, como jurados, delegados o simples observadores. Luego estuvieron especialmente atentos al conteo y apenas vieron señales de que estaban tratando de engañarlos, se indignaron y lo denunciaron. Hurgaron las redes y exprimieron la internet en busca de evidencias, y a medida que las encontraban volcaban su bronca y contagiaban su decepción.
Hay que recordar que poco antes de las elecciones, un gigantesco incendio en la Chiquitania había motivado protestas, especialmente de jóvenes y mujeres, que denunciaban la falsedad del discurso ambientalista del gobierno de Morales, criticando su complicidad con los que habilitan las tierras quemando bosques y pastizales y la lentitud de su respuesta frente al desastre.
Entre el 20 y el 21 de octubre se hizo evidente la discrepancia entre las muestras de conteo rápido y el TREP con el cómputo oficial, pues eso parecía confirmar las sospechas de fraude. Sospechas que la Misión de Observación Electoral de la OEA compartió casi de inmediato.
Durante las tres semanas siguientes, se organizaron y tomaron las calles, ocupando cabildos y plazas. No confiaban en los políticos ni en los mayores y se sintieron representados por el dirigente cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho. Lo percibían cercano a ellos, y también, como ellos, audaz, valiente e innovador. Esa figura se complementó con la de Marco Pumari, el dirigente cívico de Potosí, que lideraba una prolongada protesta en esa región, iniciada antes de las elecciones en torno al tema del litio, pero que también se centraba en lo que ellos consideraban las mentiras y los engaños del gobierno.
A medida que la protesta se prolongaba, las autoridades del gobierno buscaban concesiones que pudieran bajar la tensión de la protesta o dividir al movimiento. Pero sus gestos fueron pequeños o tardíos, y por eso mismo parecían ratificar las sospechas de la gente en las calles, lo cual los enardecía más y subían su demanda. Las burlas del Presidente (“bloquean con cintas y pititas, puedo darles talleres de como bloquear”) renovaron su fuerza. Las amenazas de movilizar a sus organizaciones de base para desbloquear por la fuerza, los empujaron a organizarse mejor (ollas comunes, conciertos, brigadas de defensa y disuasión movilizadas en motocicletas).
La mayor parte de la gente, sin embargo, se adhería de manera espontánea, seleccionando aquella de las convocatorias que mejor se ajustara a sus posibilidades. En ausencia de un liderazgo centralizado, circulaban convocatorias múltiples y a veces contradictorias entre sí. Que si había que levantar el bloqueo o no, que si se realizaba o no la marcha, que si había o no cabildo, que debía hacerse en uno u otro lugar. Pero era tan amplía la participación que incluso en ese caos había espacio para todos. Y eso porque había una coincidencia fundamental en todos los grupos: rechazaban el fraude y, con él, las mentiras gubernamentales. De la defensa del voto pasaron a la defensa de la verdad. En ese sentido, no vieron en la Biblia de Camacho una señal religiosa sino un símbolo de que debían guiarse por valores y principios que estaban más allá del cálculo político. Los jóvenes bloqueadores se pusieron radicales y contagiaron su entusiasmo.
No todo fue paz y saya (¿Quién se rinde? ¡Nadie se rinde! ¿Quién se cansa? ¡Nadie se cansa! ¿Evo de nuevo...?). Cuando la militancia masista amenazó con repetir la toma de Cochabamba del 2007, salieron a pelear, sabiendo que la policía todavía tenía órdenes de proteger a los agresores. Ocurrió lo mismo en Quillacollo y Vinto. En Montero y en el sur de La Paz. Lloraron muertes.
Los grupos que dirigían las protestas no lograron consolidar una dirección común y los partidos ni siquiera intentaron hacerlo. Pero supieron acercarse a los policías, pese a ser una de las instituciones menos confiables para la gente, y salieron a apoyarlos y protegerlos cuando ellos se amotinaron. Esa protección fue en cierto modo también un cerco para que no se dieran la vuelta ante las ofertas del gobierno.
Cuando el grupo auditor de la OEA, distinto a la Misión de Observación, difundió su informe, ratificando las sospechas, y se vio a Evo tratando de ganar tiempo con la oferta de nuevas elecciones pero sin admitir el fraude, ya los jóvenes tenían a la mayoría de la gente de su lado. En pocas horas llovieron sobre el Presidente pedidos y sugerencias de renuncia.
Cuando la COB, los obispos y las Fuerzas Armadas se expresaron, los jóvenes enviaron su entusiasmo hasta la Plaza Murillo donde el dirigente cívico Camacho, acompañado de Pumari, cumplió la promesa de dejar la carta y la Biblia. Evo buscó refugio en el Chapare para decir que renunciaba, convocando a sus bases a defenderlo.
Los bloqueadores festejaron pero en alerta, sin levantar sus medidas mientras no se consolidara un gobierno de transición. No estaba en juego la política, ni Evo ni Mesa importaban. Reivindicaron la democracia como transparencia y respeto al otro.
Debemos recordarlo.
Columnas de ROBERTO LASERNA