La paz posible
Con el título “la hora de ceder”, ayer advertíamos, en este mismo espacio, que, para conseguir algo de una negociación, es necesario que los bandos enfrentados se despojen de parte de sus pretensiones. “Si hay dos en una pugna, y ambos necesitan ganar, entonces ambos tienen que ceder”, habíamos apuntado.
Y no tuvimos que esperar nada para confirmar nuestro aserto.
Potosí confirmó lo importante que es ceder y tolerar para avanzar. Y ratificó que, para avanzar dos pasos adelante, es preciso retroceder uno.
Lo compleja que fue la situación presentada en Potosí se puede resumir de esta manera: los habitantes de la Villa Imperial vivieron aterrorizados durante días debido a una avalancha de mensajes falsos que aseguraban que los habitantes del área rural iban a invadirla. Otras ciudades del país no han dormido por situaciones similares que, en el caso del eje central, se han traducido efectivamente en hechos violentos. En Potosí, pese a la tensión de los últimos días, lo que se mal auguraba como un baño de sangre se convirtió en un encuentro entre iguales.
¿Cómo fue posible? La respuesta está en una palabra: tolerancia.
Los habitantes del área rural llegaron a Potosí con actitudes aparentemente belicosas. Llevaban, además de sus tradicionales cascos de tinku, hondas y palos. A algunos se decomisó dinamita. Debido a esta actitud, muchos en la ciudad se alarmaron porque no podían creer que esa enorme cantidad de gente ingresara a la Villa Imperial de noche solo para desagraviar la wiphala, como anticiparon antes de llegar a la capital.
Pero así fue. El gobernador interino, elegido mientras los comunarios se acercaban al ingreso a la ciudad, fue a negociar junto a la Defensoría del Pueblo y, cuando los marchistas dijeron que se retirarían después de su desagravio, se puso al frente de la marcha enarbolando una bandera blanca. La gente salió a las calles con banderas blancas y aplaudió la llegada de los comunarios.
Ambas partes cedieron. Potosí permitió el ingreso de los marchistas y estos se fueron luego de hacer lo que dijeron que harían. Además, su llegada a la capital fue el encuentro de los potosinos con sus raíces, su historia. No solo hubo tolerancia sino también reencuentro. Ambos cedieron y ninguno perdió. No hay vencedores ni vencidos, pero lo más importante es que no se disparó un solo balín, un solo gas, un solo tiro… no se lamentó heridos ni mucho menos la pérdida de una vida humana.
Ahí tenemos la muestra de que la paz es posible cuando las partes en conflicto ceden y se toleran. Es el ejemplo que surge en Potosí para Bolivia entera en un momento en que, por los sucesos de Cochabamba, el país parece desangrarse.