Enfrentarnos no es el camino
Después del enfrentamiento entre fuerzas del orden y manifestantes del Chapare, que se saldó con la vida de nueve personas el pasado viernes, es harto evidente que está en curso la preparación de otro escenario similar, esta vez en la ciudad de El Alto.
La asfixia de combustibles a La Paz, que ya se dejó sentir con más fuerza en las últimas horas, además del bloqueo a la planta de Senkata ubicada en El Alto, con el propósito de impedir la salida y abastecimiento de combustibles en la sede de Gobierno, configura el mismo escenario que derivó en los cruentos hechos del tristemente célebre Octubre Negro de 2003.
Esperamos equivocarnos, pero el objetivo de ese cerco parece a todas luces evidente: seguir incendiando el país, crear el escenario propicio para la confrontación y, como enseñan las experiencias anteriores, para que se produzcan muertes de civiles. Esa es, por desgracia, la manera en que se busca sustentar la imagen de un golpe de Estado en Bolivia y también la sentencia lanzada por el presidente renunciante, Evo Morales, de que solo él puede aplacar la convulsión.
Jugar con vidas humanas para abanderar la lucha por el poder que se libra en el país es innoble. Lo hicieron, en su momento, algunas organizaciones cívicas radicalizadas con expresiones de intolerancia y brotes de agresividad; y lo hacen hoy sectores del Movimiento al Socialismo con una virulencia y violencia desmedidas.
Precisamente el MAS, que debía ser el partido que viabilice los mecanismos de la inmediata sucesión constitucional, no hizo más que inviabilizar el funcionamiento legislativo, dejando el país sumido en el desgobierno y en un vacío de poder sin precedentes durante dos días consecutivos que no podían prolongarse indefinidamente.
Y por si fuera poco, el presidente renunciante salió del país a un asilo político en México, dando por sentado, así, que su decisión era irrevocable.
Morales podía culminar su mandato llevando para sí y para la historia toda la construcción social de su presidencia, aún a pesar de los dramáticos momentos que vivió el país durante su gobierno, y no de la forma en que ahora se precipitaron los hechos.
La Bolivia de hoy no es la de hace 10 o 20 años. Es más tolerante, inclusiva y unida en la diversidad; y ese es probablemente uno de los principales legados de la gestión de Morales. Los mensajes y esfuerzos que se hacen para mostrarla como un país donde predominan la discriminación y el odio racial caerán por su propio peso cuando se hayan restablecido la paz y la estabilidad democrática.