Entretelones de un “golpe de Estado”
Sin llegar a los talones de Stanley Kubrick, desde el año 2001 escribo sobre la odisea del devenir de Bolivia. Muchas de mis notas alertaban de la nueva forma de “golpe de Estado” que montoneros aplican: hacer ingobernable el país con huelgas, bloqueos y marchas para asegurar, quizá por cansancio, que fuera electo Evo Morales en 2006. Incluso mencioné a Curzio Malaparte, quien en 1931 comentó sobre esta técnica. Es irónico, sino risible, que el renunciante asilado en México hoy se queje de un supuesto “golpe de Estado” en Bolivia.
Fueron 13 los años que aguantó el país sin darse cuenta de que no todo lo que brilla es oro. Reflejo de los males que aquejan al planeta, el análisis de eventos en Bolivia ha sido escaso en los medios mundiales. Poco importan cócteles Molotov, el guerrillero de las FARC caído en Yapacaní, bolsones de dinero para pagar a “espontáneos” marchistas. Hacen de los cocaleros unos santitos de la “blanca” que tanto gusta en el mundo. Matuteros del altiplano mutaron en feroces comunarios, con “viáticos” de 200 pesos al día, que amenazan con cercar ciudades. Sin corcoveos, Evo descabezó a los mandos superiores de las FFAA, haciéndoles dóciles a punta de talegazos. La Policía extraña la “jugosa” atención de cédulas de identidad. El sector salud es pésimo con o sin SUS.
Expertos cubanos y venezolanos urdieron para que Evo se prorrogase indefinidamente en el poder. ¿Acaso tumbó a Fidel el bloqueo gringo? ¿Han afectado a Maduro cuatro millones de venezolanos hambrientos escapando de carestía e inflación? En Bolivia, la derrota del Che Guevara se tornaría en victoria mediante la algarada. Encima, cuando el gato no está, los ratones bailan. EEUU –el “imperio” en la jerga evista– está ocupado en impugnar a su mandatario megalómano. Los argentinos gustan de los “piolas” y una pilla impune maneja los hilos del títere. Surgió el fraude electoral del 20 de octubre de 2019, en la onda del 21F que lo originó.
“¿Hubo golpe en Bolivia?”, publica The Economist. No. “Las FFAA se pronunciaron… en contra de la intentona de dictadura de Evo Morales”. Renunció el 10 de noviembre y se asiló en México. Su escapada “provocó un coro de golpe denunciado por la izquierda latinoamericana y de europeos reputados de “social-demócratas”. La famosa revista aclara: “de esa manera el señor Morales fue víctima de una contrarrevolución con miras a defender la democracia y la Constitución contra el fraude electoral y su propia candidatura ilegal”.
Dice García Linera que se “desmontó la excesiva concentración de riqueza para redistribuirla”. ¿En beneficio de quién? El régimen de Evo terminó en una orgía corrupta como ninguna: monedas y sellos postales con su efigie, museos ególatras, sobreprecio de carreteras, satélites sobrevaluados, amantes de gestoría millonaria, indígenas estafados por su propia gente. Aun asumiendo que la presidente Añez preside un interinato, hay que sanear una judicatura usada como maquinaria de represión, una política judicializada por jueces y fiscales corruptos. Hay que restituir a autoridades destituidas desde 2006: exiliados, encarcelados, arraigados, con bienes embargados o incendiados.
El gobierno de la presidente Añez indica que es un interinato para realizar nuevas elecciones. ¿Entenderían eso las huestes que piden el retorno de Evo Morales, quien en alguna perorata afirmó pretender quedarse en el poder por 500 años? El dilema actual, según The Economist, es que hay dos grandes riesgos. Uno es que sus opositores intenten borrar las cosas buenas con las malas. La otra es que la turbamulta de Evo quiera tumbar al gobierno de transición y boicotear el proceso electoral. Como siempre, se requerirá apoyo externo para asegurar un proceso justo.
Una reportera de CNN quizá se libró de amenazas a un periodista, o del rodillazo a las cachinas que el autócrata propinara a un futbolista. “Con su vocecita fina y cara de ángel”, le sonsaco evidencias de sus megalómanos abusos. Morales reconoció que “ya es un expresidente”; que aquello del “derecho humano” fue mañosería política; que todo fue decidido por su gabinete de llunq’us; que su Movimiento al Socialismo no renovó liderazgos; que la propaganda de hoy dista mucho de su (supuesta) gran gestión. Más aún, reconoció que es él quien dirige los hechos violentos que ocurren en el país, que sus “movimientos sociales” no pararán hasta acabar con el (supuesto) golpe de Estado, reconociendo que “él mismo propuso anular el proceso electoral y llamar a una nueva votación” antes de renunciar, peor después de que la OEA informara del masivo fraude.
En mi opinión, el interinato complaciente actual me recuerda al británico Chamberlain y su política de aplacar a Hitler. Pobre el siguiente gobierno constitucional si no se pone los pantalones.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
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