Origami para la democracia
Hace unos días, reporta la BBC, el gobierno de Tailandia dejó caer millones de pequeñas figuras de papel plegado–origami– sobre una zona del sur del país azotada por la violencia. Cien millones de delicadas y diminutas grullas llovieron desde aviones sobre pueblos y ciudades convulsionados. El mensaje de estas figuras de origami es una invitación a la paz; por si esto no estaba claro, mensajes de paz fueron escritos cuidadosamente en las figuras por las decenas de miles de ciudadanos comunes que las confeccionaron con sus manos.
Haciendo a un lado que las causas de la violencia civil en esa zona tailandesa parecen ser respuesta a errores en el manejo gubernamental de una situación conflictiva (algo que nos suena conocido a los bolivianos), la medida me parece maravillosa: no sólo es poética y simbólicamente poderosa, sino que tiene un gran potencial pedagógico para todo el país.
Como la paz o la democracia, las figuras de origami requieren de voluntad y dedicación: transformar el papel en la figura de un ave, o de cualquier otro objeto o animal, al doblarlo metódicamente es un acto de aprendizaje y creación. Construir una sociedad pacífica y democrática es un proceso de aprendizaje y creación colectiva que necesita de todos los ciudadanos y del gobierno.
Imagino que la experiencia de armar las grullas de papel vivida por miles de niños y adultos mientras pensaban en la paz de su país contribuyó a formar ciudadanos más conscientes de su rol y potencialidades en la construcción del presente y el futuro colectivos. Al mismo tiempo, al hacer un regalo con las manos para otras personas, los voluntarios constructores de origami tuvieron que reconocer que el otro, el destinatario, existe, que es importante, y luego tuvieron que imaginarlo recibiendo las aves de papel y leyendo sus mensajes.
Quienes hemos sido sorprendidos por la misteriosa transformación de una cajetilla en una bailarina o una flor sabemos que del otro lado, del que recibe el regalo, la experiencia no es menos relevante. Al recibir las figuras y al leer sus mensajes, los tailandeses del sur, niños y grandes por igual, pudieron pensar en sus conciudadanos del norte y sentir que para ellos son importantes.
La historia de las grullas de papel tailandesas me parece muy oportuna en tiempos en los que los bolivianos estamos crecientemente preocupados por nuestras particularidades, por lo que nos diferencia y divide, antes que por nuestro destino común. ¿Qué tal si los cielos de, por ejemplo, Tarija se llenaran de figuras de papel hechas en escuelas de Quillacollo o Achacachi? ¿No ganaríamos todos si los niños de Trinidad o Villa Tunari leyeran mensajes de buena voluntad y unidad escritos por personas en Yacuiba, Montero o La Paz?
La democracia requiere del compromiso y del esfuerzo de todos por vivir y tomas decisiones en comunidad, tolerando la diferencia y buscando y respetando acuerdos. Los mensajes que entre bolivianos nos damos pueden ser grullas de papel con palabras de paz y buena voluntad, pero también pueden ser piedras lanzadas a rajarnos el cráneo. La opción es nuestra
N. del A.- Este texto se publicó originalmente hace 15 años, el 21 de diciembre de 2004 en el periódico Opinión de Cochabamba. Creo que ahora es al menos tan pertinente como entonces.
El autor es ciudadano de Bolivia
Columnas de DANIEL E. MORENO MORALES