El exilio dorado en soledad
No todo lo que brilla es oro. El expresidente está en México y solo. Ha perdido contacto con sus movimientos sociales; los días se le hacen cada vez más largos y las noches interminables. Ya no hay nada más que coordinar, ni ciudades que cercar; no hay más obras que entregar, tampoco a dónde volar. Todo se ha quedado en Bolivia; su avión, su helicóptero, su palacio, su catito de coca y también su museo.
No sabe nada de lo que ocurre en Bolivia, pero la curiosidad le pica y por si las moscas le pregunta a uno de sus 14 guardaespaldas. Este le informa que la situación en Bolivia ha retomado la calma y pronto habrá nuevas elecciones pero que él no podrá ser candidato, ni Álvaro; así lo ha decidido el Parlamento, ese mismo donde su partido todavía tiene el rodillo de los 2/3. “¡Que huevada, eso no es justo; pero entonces por lo menos que me dejen volver para votar”.
No quiere escuchar nada más y prefiere ir a dormir porque está rendido. No cree en la versión del guardaespaldas y escarba entre sus enseres personales que ha llevado desde Bolivia, antes de abandonar el país voluntariamente. Recuerda que tiene un radio a transistores, ese que le acompaña en todas sus aventuras, desde que es dirigente de las seis federaciones de cocaleros. Sintoniza una estación de radio de México, donde ponen música de Maná y de mariachis; prefiere la de mariachis porque hablan de amor, y eso le crea nostalgia.
Está cansado, desea dormir, pero tiene insomnio; hace días que no pega pestaña. Ni bien apoya la cabeza en su almohada, una mezcla de melodías de mariachis retumban en su mente; ellas le crean más confusión e intranquilidad que sosiego. Está lejos del lugar de sus caprichos y se siente más solo que nunca. Se imagina que él está cargando toda la culpa sobre sus hombros porque el Álvaro no está a su lado y la Gabriela tampoco; no sabe nada de ellos, piensa que le están abandonando y hubiera sido mejor traer a Pary o a Romero.
Cree que el Álvaro en verdad no le quiere y es solo un arrimado porque no lo ve por ningún lado, seguro que anda chocho con su familia, además tiene aquí a su primera mujer que es mejicana; en cambio él está sin sus mujeres, todas están en Bolivia; –qué injusta es la vida–. La Gabriela que se ha llevado también anda desaparecida y no le sirve en sus noches solitarias. “Hubiera sido mejor traer a la otra Gabriela, la Zapata de cara conocida”, piensa.
Trata de conciliar el sueño y se queda dormido, pero de repente oye el estruendo de una canción mexicana, una de mariachis que dice: “México lindo y querido tú que estás tan lejos del cielo y a un paso de Estados Unidos”... Se despierta sobresaltado y sudoroso; la sola idea de aparecer al otro lado de la frontera se convierte en su peor pesadilla.
Intenta dormir de nuevo pero no lo consigue; se incorpora y se dirige a la ventana para darle una miradita al jardín de la casa donde vive. Vuelve a su litera; enciende su radio y capta una estación boliviana, ahí ponen música de los Kjarkas, y luego de un par de canciones, la apaga e intenta atraer al sueño. Desea que mañana sea un día efímero. Ni bien apoya la cabeza; la música le persigue nuevamente, son los Kjarkas, su grupo favorito que le canta: “Déjame mirarte por esa ventana que por las mañanas yo veo en tus ojos el brillo de tus ojos color solitario”; que horror otra pesadilla, ya no sabe qué hacer.
Se incorpora, se sienta y extraña su catre de tres metros de ancho, mira su reloj Rolex y es apenas la una de la madrugada. Mete la mano en el cajón de la mesita de noche y extrae su teléfono; no hay llamadas perdidas, no hay mensajes de texto, ni nada. Siente que todos le han abandonado, se siente desamparado. Marca los números de Álvaro y Gabriela pero ninguno de los dos responde a sus llamadas.
Enciende su radio nuevamente y capta una estación argentina, quiere saber qué pasa con los Fernández, ellos sí asumirán la presidencia y no sabe si hicieron fraude para ello; no hay noticias sobre ellos, hay solo música; un tango clásico y melancólico “Adiós muchachos compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos; me toca a mí hoy emprender la retirada; debo alejarme de mi buena muchachada…”. No puede ser, cree que también los argentinos están en contra suya; gira el sintonizador de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, hay muchas estaciones en inglés pero él no quiere escuchar radios del imperio; hasta que finalmente capta la estación de radio Kausachun Coca, del Chapare, ahí también hay solo música, pero piensa que esa música se la están dedicando a él sus locutores de las seis federaciones de cocaleros.
Se mete en su lecho, se vuelca de un lado a otro y por fín cae rendido con el radio encendido. Empieza a soñar que está siendo proclamado, pero no ve gente, está discurseando solo sobre una tarima. Ve que no muy lejos de él, hay un concierto con un escenario gigante; con varios grupos tocando al mismo tiempo. Afina el oído izquierdo y reconoce la canción: “Me quieren agitar, me incitan a gritar, soy como una roca, palabras no me tocan, adentro hay un volcán, que pronto va a estallar, yo quiero estar tranquilo”; son los Enanitos Verdes cantando Lamento boliviano; el hit de su infancia.
Quiere saber más y por el oído derecho le llega la melodía; no puede creer, es Mercedes Sosa que le canta “No sé para qué volviste; si ya te empezamos a olvidar”. Piensa que es un complot, salta de la tarima y corre desesperado al escenario, quiere descubrir cuál es el tercer grupo; grande es su sorpresa, son los Kjarkas y esta vez le cantan “Llorando se fue y nos dejó solos en el caos y enfrentados; solo estará recordando este país que un día no supo cuidar”. Se despierta mojado y alarmado; sabe que es otra pesadilla; apaga su radio a transistores, mira su reloj suizo; las agujas luminosas marcan las 2:45 de la madrugada, se asoma otra vez a su ventana y no ve ni un alma penando en los alrededores, está solo y se pregunta si es más útil como exiliado o como preso en una cárcel boliviana.
El autor es ingeniero ambiental.
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN