La serpiente que se muerde la cola
Bolivia: país singular. Ocurre lo impensable –¿quién iba a imaginar?–. Y seguimos sin aprender de las “pequeñas ironías de la vida”. En octubre de 2003 Gonzalo Sánchez de Lozada sufrió un golpe de Estado dirigido por cocaleros, mineros y gente de El Alto agrupados en el “Estado Mayor del Pueblo”. Los amotinados, provistos de dinamita y armas de fuego, forzaron su renuncia mintiendo que el gas se iba a “regalar” a Chile y EEUU Uno de los cabecillas del quiebre democrático (si no quieren llamarlo golpe) era Evo Morales, presidente vitalicio de los cocaleros del Chapare. Años después, disfrazado de “indio”, accede a la presidencia por las urnas: ¿recompensa o impuesto político a la ingenuidad?
Pasan años que más valdría olvidar y llega octubre, 2019. Esta vez la insurrección no se limitó a La Paz, el espacio privilegiado del poder político, ni a grupos radicales apoyados por extranjeros carroñeros que hacen de la “defensa” de los derechos humanos su negocio privado (corrupción del colonialismo cultural). Las mentiras no fueron necesarias. Bolivia estaba tan mal que lo malo era normal y el “proceso de cambio”, cadáver en descomposición, hedía. La protesta pacífica fue nacional y diversa. Despertaron las áreas rurales y verdaderos indígenas reprocharon al impostor el ama sua, ama llulla, ama qhella. La movilización popular superó a la del 52. En las ciudades, jóvenes, mujeres y niños armados de sayas y pititas salieron a defender principios democráticos y éticos ante la corrupción convertida en política de Estado. Morales no tenía opción. Incluso la COB y las Fuerzas Armadas, cooptadas por el MAS, pidieron y sugirieron (en ese orden) su renuncia (¿golpe?). La OEA llegó tarde denunciando el fraude.
Mañosos hasta el tuétano, Morales y García Linera renunciaron instruyendo una renuncia en MASa para generar un vacío de poder, agravar la convulsión social y volver como pacificadores. Falló su estrategia. No contaron con la rigurosidad del jurista Luis Vásquez Villamor sobre la sucesión constitucional.
Lloriquearon en el Chapare y fugaron a México. Propongo una comparación. Sánchez de Lozada se fue sereno cuando aceptaron su renuncia y pidió, en EEUU, que la comunidad internacional continuara cooperando al país ¡y muchos se rieron! Morales, en México, denunció el “golpe de Estado” de la derecha (de las pititas en realidad) y ordenó generar violencia y cercar por hambre a las ciudades ¡y muchos obedecieron! La Policía y el Ejército, siguiendo preceptos constitucionales, restablecieron el orden.
¿Punto final? Luis Fernando Camacho, el protagonista más visible contra el fraude, ha anunciado su candidatura. Igual que legisladores masistas que “desrenunciaron”, Camacho incumple su palabra de no ser candidato presidencial y engrosa la lista de los oportunistas. Tuvo, a diferencia de Evo Morales, la decencia de renunciar al Comité Cívico de Santa Cruz. Es posible que reciba, igual que Evo, el premio de las urnas: ¿repetimos el círculo? Tiene –leo en las redes sociales– todo el derecho. Sí. Su método, empero, es el de Morales. La democracia no requiere un “redentor” circunstancial experto en movilizar masas. Es necesaria una forma de pensar y actuar donde los medios sean más importantes que el fin. La concertación es un camino que puede evitar que la serpiente se muerda la cola. Caso contrario repetiremos el principio del fin.
Hay que corregir las cosas que están “mal”; lo grave es pretender que en ausencia de Evo y Álvaro, todo está bien y cualquier candidatura es posible. El pueblo en las calles enseñó madurez y unidad por el bien común a políticos –viejos y nuevos– empantanados en sus intereses. La “política” continúa pero queda la risa (no el asombro), otra rama de la dialéctica.
“La historia –escribe el abuelo serio de la izquierda sabia– se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Entiendo que los fenómenos político-sociales aparecen con características épicas para degenerar en disfraces ajados. El evismo está muerto: no enterrado. De seguir deshilachando la “pitita” no sólo el de Añez será gobierno transitorio. Vale.
El autor es economista y filósofo
Columnas de GUSTAVO V. GARCÍA