Madrid ante la falta de compromiso ambiental
La XXV Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, más conocida como 25 Conferencia de las Partes (COP25), está en el centro de la atención planetaria y a medida que avanzan las negociaciones crece la expectativa sobre los resultados que saldrán de Madrid.
Los antecedentes acumulados durante las 24 anteriores versiones del encuentro no dan mucho lugar al optimismo. En efecto, quienes más de cerca han seguido el proceso de negociaciones durante los últimos años temen que los factores que hasta ahora impidieron la adopción de medidas proporcionales a la magnitud del problema no hayan sido todavía despejados. Prevén, por eso, con más escepticismo que esperanza, que la COP25 termine con tan abundantes declaraciones de buenas intenciones como escasas decisiones prácticas.
La flagrante contradicción entre lo que la mayor parte de los gobiernos del mundo dicen sobre el cambio climático y su buena voluntad para hacer algo al respecto, y lo esquivos que son cuando llega el momento de plasmar en hechos sus palabras es la característica principal de este tipo de reuniones. Una doblez que causa creciente indignación entre quienes más se preocupan por las previsibles consecuencias de tal negligencia, pero que resulta muy cómoda para las burocracias gubernamentales y, sobre todo, para los sectores empresariales que más perderían si en verdad se hiciera algo para detener el ritmo al que el planeta está siendo destruido.
Bolivia, lamentablemente, es un ejemplo de esa ambigüedad. En efecto, el gobierno actual, como el que encabezó Evo Morales, también enarbola banderas ambientalistas y, al mismo tiempo, no duda a la hora de persistir en la aplicación de políticas claramente adversas a la salud planetaria. La decisión de acelerar el ritmo al que se devasta la amazonía boliviana para fomentar los cultivos de exportación, es un ejemplo de lo dicho.
Algo muy similar es lo que ocurre con gran parte de los gobiernos del mundo. Por eso, cuando llega el momento de que cada país asuma su parte de responsabilidad en la destrucción medioambiental, se impone el más frío pragmatismo y todos los esfuerzos se concentran en transferir a otros las facturas del desastre.
Dados los antecedentes del tema, en Madrid se no se vislumbraba la posibilidad de un giro importante, lo que aumenta la impaciencia entre la comunidad científica, las organizaciones de la sociedad civil y, principalmente, de las poblaciones que más directamente están sintiendo los efectos del cambio climático.