Audios y ética
El periodismo tiene reglas básicas y la más importante es verificar las informaciones antes de difundirlas. Se asumió esta obligación moral debido a las constantes falsificaciones que eran filtradas a los periódicos en el pasado. En los tiempos en los que aquellos y las cartas eran los únicos medios de comunicación, los falsificadores se especializaron en imitar letras y firmas. Así podían hacer pasar una mentira como verdad y, si algún periódico caía en la trampa, reproducía la falsedad.
La aparición de las grabaciones magnetofónicas obligó a los falsificadores a especializarse en su manejo. De inicio era complicado falsear una grabación, porque había que cortar y pegar cintas, pero la digitalización ha simplificado las cosas. Hoy en día es suficiente tener un programa de edición de audio para alterar una grabación a placer. Debido a esto, cualquier audio “filtrado” debe ser sometido a un riguroso tamiz antes de ser emitido.
Lo primero que se debe preguntar es la originalidad del audio. ¿Quién lo grabó? ¿Es este quien lo proporciona o un intermediario? Si quien lo entrega es el autor de la grabación, se puede creer que es auténtico pero la intermediación siempre es contaminación así que, si un audio llega a través de otras personas, su credibilidad es prácticamente nula.
Ahora bien, si se confirmó que el audio es auténtico, y que procede de fuente original, lo siguiente que se debe hacer es consultar a los afectados y más aún si estos son acusados de acciones ilícitas o inmorales.
Lo que ocurrió con el “audio filtrado” de una conversación entre Luis Fernando Camacho y Marco Pumari no fue periodístico sino infame. Puede que la autenticidad de la grabación haya sido determinada pero el haberla difundido sin previa consulta al afectado está lejos de los más elementales conceptos de ética y hasta mueve a sospecha. ¿No se habrá difundido a cambio de algo?
El hecho es que, ética aparte, el audio se difundió hasta convertirse en viral. Pumari, el afectado, quedó mal parado porque pareció que estaba cobrando por su candidatura y hasta pedía el control de dos recintos aduaneros. Cuando yo hablé con él y le pedí su versión, dijo que el audio había sido cortado y hasta “montado” para mostrar una realidad distinta. Quizás la gente no le creyó, pero todos se dieron cuenta de algo: la grabación se hizo con mala fe y su difusión fue una bajeza todavía mayor. Así, también Camacho resultó difamado.
Ahora los dos están desprestigiados y el MAS, que se beneficia cuando sus enemigos son derrotados, es el que tiene más motivos para alegrarse. Es lógico preguntarse si por allí se manipuló la grabación que logró lo que las acciones directas no consiguieron durante la rebelión de las pititas.
El autor es periodista, premio nacional en historia del periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA