Bolivia: ¿país zoológico o muladar demográfico?
El otro día mis condiscípulos de la generación 61 del colegio La Salle celebrábamos el postergado y único cumpleaños de noviembre. Soy beniano y me arropé en abrazos de mis amigos por nuestra presidente Jeanine Añez. Aunque mi añorado tío Ambrosio García Rivera sugiera que nuestro departamento es una “nación de pueblos” y que todavía “guarda el Beni su hermoso futuro” en su himno regional, con orgullo alardeo de haber nacido en Riberalta. La Presidente es trinitaria, camba mojeña; yo soy riberalteño, camba amazónico. “Enamorau sin remedio” de la llajta (canta la chapaca Enriqueta Ulloa).
Recuerdo la visita a mi tío, entonces embajador de Bolivia en México. Intrigó su reserva de una suite en la Zona Rosa, en vez de alojarme en la residencia de La Reforma. Al día siguiente, desayunábamos mejunjes energéticos cuando apareció una hermosa joven: como para mis veintitantos años, pensé. Mi malicia mezclada con envidia la cargó a su fama de galán; sin embargo, en la noche conocí a su novia, una linda mujer más apropiada para su edad.
Aunque al hacerlo me salga pitaí (erupción cutánea causada por el calor), las tres letras iniciales al evocar a mi Presidente y a mi tío, dan pie para reflexionar sobre nuestra vacía Bolivia. Evo Morales literalmente salpimentó el país, (poca sal, más pimienta), en su iluso intento de “aymarizarlo” de “originarios” altiplánicos. Su última intentona, ceder tierras en el área protegida del bosque seco chiquitano, resultó en el crimen ambiental del negligente incendio que prendió la mecha que a la postre le tumbó. Me late que pronto conspirará en algún boliche bonaerense.
Poblar el país no es mala idea. Con algo de 100.000 Km2 menos de territorio, la patria alberga poco más del 10% de los que habitan Colombia. Casi del mismo tamaño que Ecuador, el Beni tiene menos de un tercio de habitantes que el área metropolitana de Quito, (pero más vacas...). Alguno argüirá que con menos habitantes nos zafamos de problemas urbanos de los sobrepoblados. Otro dirá que hoy la avejentada Europa intenta reimportar sus gentes entre vástagos de sus, otrora, emigrantes.
Pero urge poblar Bolivia. No con campesinos que hoy son “originarios” que dejan sus viviendas desiertas en el altiplano; tampoco con mestizos que contrabandean autos “chutos” de Iquique, o matutean frutas chilenas y hortalizas peruanas. ¿Irán al Tipnis los que compran “lotes” de dirigentes venales y amplían la frontera de la coca para la cocaína? Aún menos los “dotados” de tierra en el Parque Amboró, o áreas protegidas de bosque seco chiquitano, que incendiaron.
En mi opinión las alternativas son peores.
Una, Bolivia podría convertirse en un país “zoológico”: ¡que vengan los ricachones turistas extranjeros a disfrutar de nuestra diversidad de flora y fauna; a entretenerse con expresiones folclóricas tan variopintas, mejor si inspirando “nieve de altura”!
Dos, sin derecho a elegir, los poderes del mundo podrían forzar la migración de lugares que tengan exceso de personas: ser un muladar de basura demográfica. Si en el pasado se han perdido guerras y vendido territorios, con la politiquería actual, ¿qué impide que en el futuro se hipoteque Bolivia a cambio de 30 denarios de plata?
Tanto o más urgente que el Gobierno dé un verdadero golpe de timón. No necesariamente en la corta transición que preside mi paisana Jeanine Añez, o en el nuevo gobierno electo el año próximo. La mejor defensa ante el eventual desgobierno que propiciarán los “originarios” nostálgicos de Evo Morales, será el ataque mediante cambios reales que devuelvan la calidad de patria por la que Bolivia era conocida al nacer como república: la inmigración.
Golpe de timón sería apuntar a un tablero asentado en cuatro ejes: la minería (incluyendo litio y hierro), los hidrocarburos subandinos, la agropecuaria extensa de Moxos y Chiquitos, y la ganadería y productos orgánicos de la selva beniana y pandina. Emprender esa cruzada disminuiría el racismo, difuminaría los prejuicios regionalistas y aceleraría la educación.
No es solo exportar minerales. Ni bombear pozos de gas que se agotan. Es necesario acceder a la vecindad del mundo que facilita el transporte marítimo. El desarrollo de Puerto Busch es indispensable. No se aflijan el cancerbero y el que tiene la llave: una próspera Bolivia requerirá también de puertos en Arica e Ilo. Tampoco se inquieten empresarios de Gravetal, Jennefer y Puerto Aguirre: habrá carga para ellos. Es más, una terminal portuaria en Puerto Villarroel abrirá el transporte fluvial por la hidrovía Ichilo-Mamoré, si se dejan de asquitos ambientalistas en una hidroeléctrica binacional. Con esclusas Bolivia accedería al río-mar, el Amazonas, y al Atlántico.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
win1943@gmail.com
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