Los negacionistas
El negacionismo es la conducta de individuos que eligen negar la realidad para eludir una verdad incómoda. Existe un negacionismo crítico, que busca resquicios para sembrar dudas acerca de una evidencia empírica, y otro embustero, que refleja intereses personales o de grupo para apartarse de la verdad.
Los negacionistas abundan en las ciencias humanas y sociales, donde pesa la autoridad de quien afirma una verdad, pero escasean cuando se trata de refutar hechos empíricos y verdades científicas.
Un ejemplo son los negacionistas del cambio climático. Nadie objeta la realidad del calentamiento global del planeta, pero no faltan los que niegan la correlación del incremento de la temperatura con la quema de combustibles fósiles y apelan a otras causas naturales para explicar ese fenómeno. Algunos lo hacen por exceso de crítica (demoler una verdad oficial produce fama y revoluciones científicas, o si no pregúntenles a Galileo o a Einstein), otros por defender intereses ideológicos o económicos (el uso de las energías fósiles).
Asimismo, hace siglos, la causa de todo suceso residía en la astrología –disciplina que daba de comer a muchos “sabios” en las cortes– de modo que la gente seguía muriendo de peste maldiciendo las estrellas y negando las verdaderas causas del contagio.
El fraude electoral realizado en Bolivia ha engendrado también sus negacionistas, más fuera que dentro del país, a pesar de las pruebas contundentes aportadas por investigadores nacionales y la auditoría, vinculante, de la OEA.
Tres informes internacionales se han esforzado por demostrar la coherencia estadística de los resultados oficiales del TSE. Los que han aplaudido las conclusiones de esos estudios lo han hecho, a mi criterio, más por el prestigio de sus autores e instituciones (algunas avaladas por premios Nobel) que por los sofisticados modelos utilizados.
Ahora bien, a diferencia de las ciencias sociales, en las ciencias naturales no importa quien defiende una verdad (aunque sea un premio Nobel) sino quien la demuestra y valida empíricamente. En un tuit he resumido mi criterio sobre esas conclusiones: garbage in garbage out (si metes basura, sacas basura). Dicho de otra manera, a partir de datos adulterados no se obtienen certezas. El problema con los artífices del fraude electoral es que manipularon dolosamente todo el proceso e incluso seguían alterando actas mientras se realizaba la auditoría de la OEA.
Es instructivo repasar cómo evolucionó la narrativa negacionista. Empezó negando de plano la palabra “fraude” (solo se admitió irregularidades “normales”). Sin embargo, a medida que salían más pruebas de múltiples anormalidades, el discurso fue: “pero no alteran el resultado final”. En esta fase intervienen, por excesivamente críticos o por interesadamente ingenuos, los expertos internacionales.
Cuando sale el informe final de la OEA, lapidario y vinculante, la narrativa cambia: “si es que hubo fraude ése no fue responsabilidad del Gobierno sino de los pícaros vocales del TSE que estropearon la victoria del Jefazo”.
Obviamente nadie se tragó ese embuste, de modo que pronto la consigna pasó a ser: “el fraude fue un pretexto –un engranaje– del golpe de Estado y de la sangrienta represión militar”. En este momento intervienen las comisiones internacionales para informar, de manera parcial y descontextualizada, sobre violación a los derechos humanos.
¿Qué viene después? Tal vez esta joya de cinismo:
“El hipotético fraude tenía buenas intenciones: solo buscaba preservar el mejor gobierno de Bolivia y evitar las bajas humanas que se dieron. Por tanto, las víctimas son el resultado de la denuncia irresponsable de un “mecanismo” que solo deseaba lo mejor para Bolivia”.
El autor es físico y analista
Columnas de FRANCESCO ZARATTI