Nuevos rumbos, misma vecindad
Por múltiples razones, que van desde nuestra común historia durante las luchas independentistas, pasando por nuestra vecindad geográfica y su natural consecuencia: la complementariedad de nuestras respectivas economías, Argentina y Bolivia son dos países destinados a compartir un pasado, presente y futuro común. Más allá de fricciones circunstanciales o percepciones subjetivas, siempre han sido países mutuamente necesarios y, en tal situación, en la historia republicana hubo momentos de gran cercanía, como también de peligroso distanciamiento.
Actualmente atravesamos una situación particular. Las relaciones entre ambas naciones en el lapso en el que Argentina fue gobernada por el matrimonio Kirchner se estrecharon mucho, dada la afinidad ideológica existente.
En ese período, además, se desarrollaron importantes negociaciones respecto de la política hidrocarburífera de ambos países y prominentes autoridades argentinas negociaron en Bolivia varios contratos y acuerdos sobre el gas.
En una siguiente etapa, la que se inauguró en 2015 con la derrota en las urnas del proyecto político del clan Kirchner y la asunción al poder de un equipo de gobierno más bien liberal, ambos gobiernos supieron mantener buenas relaciones mutuas. En líneas generales, lograron poner en un plano secundario sus diferentes visiones ideológicas.
Ahora, los gobiernos de ambos países se enfrentan una vez más a la urgente necesidad de redefinir los términos en los que se relacionarán entre sí. Por una rara coincidencia de la historia, tanto en Bolivia como en Argentina se han producido radicales virajes en su orientación política, lo que, como ya se ha podido ver, se cierne como una peligrosa amenaza sobre las buenas relaciones bilaterales.
Como viene ocurriendo desde hace 14 años, la figura de Evo Morales y lo que representa en el escenario político e ideológico internacional es el eje alrededor del que giran las posibles avenencias o desavenencias. Con la diferencia de que ahora ya no es en su calidad de primer mandatario, sino de refugiado político, que pone a prueba las habilidades diplomáticas de quienes conducen la política exterior argentina.
Dadas las actuales circunstancias, el flamante gobierno de Alberto Fernández tendrá que elegir el lugar que asignará a Evo Morales a la hora de definir los términos en los que se relacionará con nuestro país. Tendrá que elegir entre el pragmatismo, cuando pragmatismo es lo que más necesita Argentina, y la demagogia populista a la que son tan proclives algunos de sus seguidores.
Entre ambas opciones, no parece haber lugar para las dudas. Es de esperar que el gobierno de Fernández sabrá ordenar su escala de prioridades.