Vestidos y paz

Una colega nuestra se queja de que, transcurridos los conflictos sociales, volvieron los problemas de antes, la vuelven a acosar en la calle por su vestido corto, con silbidos y el vulgar, pero siempre recurrente piropo-acoso: “viéndote se me para… el corazón”.

Desagradable, ciertamente, pero también buena señal. Significa, como ella misma observa, que hemos dejado de preocuparnos por el terror que vivimos en esas cuatro semanas en la que nuestra vida dependía hasta de la forma en que íbamos vestidos, en especial los periodistas.

Recuerdo las veces en que tuve que dejar la camisa azul en casa y lo que significaba vestir de blanco o portar una wiphala o una bandera. Me veo cubriendo el bloqueo en Huaykuli, donde murió un joven. Otro de la Resistencia vestía un caparazón de dos bateas cosidas con alambre, y andaba provisto de un palo.

Recuerdo el look, corte y teñido de la alcaldesa de Vinto, y a un joven, montado sobre una moto, con el rostro cubierto y apuntándome directo a la cara con una bazuca casera gritándome: “¡Carajo, no filme. Guarde ese celular!”.

Mis colegas la pasaron peor. Muchos fueron golpeados por manifestantes, de uno u otro lado. Los recuerdo en Huayllani, donde hubo 10 muertos de bala. Para no ser sindicados de prensa de derecha o de izquierda, cambiaron sus chalecos de su medio por unos chalequillos naranjas que sólo decían Prensa.

Recuerdo la noche del terror, el 11 de noviembre (y ahí sí se nos paró el corazón), cuando el trufi quedó estancado entre bloqueos. Quienes íbamos a Quillacollo tuvimos que bajar y caminar 13 kilómetros entre fogatas y vecinos aterrados que en cada esquina nos detenían y, a gritos, nos revisaban bolsillos y maletín. Una vecina nos ofreció una cintitas blancas para atarnos al brazo y todos supieran que no éramos masistas que harían estallar la ciudad.

Felizmente, todo eso ya pasó. Ya no hay bazucas, armas de fuego, bloqueos o acorazados. Podemos vestirnos como queramos. Ya podemos preocuparnos de qué tan largo o qué tan corto es ese vestido que nos inspira halagos más o menos vulgares.

Periodista de Los Tiempos