La cortesía de los encapuchados
En el marco de la espectacular fuga de Morales, no acabamos de recoger sorpresas, a cual más interesante y novedosa, como aquella que recientemente fue protagonizada por unos encapuchados que, al parecer, tenían la misión de facilitar la huida de las ex autoridades bolivianas, cobijadas en la embajada mexicana. Varios canales de televisión mostraron esa singular “cortesía” de los agentes; también se vio en algún sitio de la residencia al ex ministro Quintana, el que quiso hacer de Bolivia – según su propia declaración - un nuevo Vietnam.
Por lo visto, en el extranjero aún se halla en cartel la figura mítica del caudillo del Chapare, ese lugar misterioso donde se produce la coca para un destino desconocido. Es posible que sea para la fabricación de la droga, como afirman algunos cocaleros, entre ellos el mismo personaje de marras. Afuera no saben que del indiecito indefenso y humilde no queda nada. El poder lo ha transfigurado por completo. Hoy ostenta más de una docena de doctorados por honoris causa; el territorio nacional está sembrado de su imagen y de su nombre, la vanidad y egolatría se disputan la preeminencia en su perfil. Hasta no hace mucho, casi era un personaje de leyenda. ¿Cómo no perder el rumbo con tantos halagos interesados?
Por ese “proceso de cambio” al que acabamos de mencionaar, Morales ha perdido todo contacto con la realidad. El autogolpe fracasado que él planeó, dice que fue un golpe contra su gobierno, y atribuye la autoría del mismo a la senadora que se vio obligada a asumir el cargo para evitar el vacío de poder provocado con su renuncia a la presidencia. También es notoria la actitud de algunos países que demuestran que la solidaridad en el campo ideológico es mucho más fuerte que en cualquier otro. Existen indicios de que la presunta “cortesía” de la legación española se inscribe en ese esquema.
Como se sabe, un hecho puede recordar a otro en virtud de alguna semejanza, y también por el contraste. El incidente en la embajada mexicana recuerda aquel pasaje del Quijote donde el noble caballero de la Mancha, al escuchar el nombre de Álvaro de Tarfe, se pregunta: “¿Será ese mismo personaje que aparece en la historia apócrifa de mis gestas? Al responderle aquel afirmativamente, Quijote queda perplejo, estupefacto; siente aflorar en su alma una íntima indignación. “Sin embargo, la cortesía –su irreprochable cortesía– pone mesura en su lengua…”. Claro que de entonces han corrido muchos siglos; pero España, en lo que hace a los valores espirituales no ha cambiado. La cortesía sigue siendo uno de sus mayores atributos, tanto más si se trata de la diplomacia.
Pero aquí en Bolivia hemos visto en esos agentes encapuchados un comportamiento extraño y sospechoso. Si España fuese la damnificada, no dejaría de sentir la misma indignación y asombro ante tan descabellada como nada caballeresca actitud. Y es también, esa conducta, algo que no condice con la noble y generosa alma española. Y por lo que llevamos mucho de ella en la nuestra, sentimos la ofensa por doble partida: por la misma España y por Bolivia.
El autor es escritor
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS