¡Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía!
Aquel estribillo nacido en la voz de centenares de mujeres chilenas movilizadas contra la violencia machista institucionalizada, se ha convertido hoy, en un himno coreado masivamente en varios idiomas y en miles de plazas del mundo, para visibilizar la injusticia que indirecta e inexplicablemente responsabiliza de la violación y del feminicidio, a la misma víctima.
Es una culpa más que el patriarcado carga sobre la mujer, con objetivos absolutorios para su agresor y éste, al sentir amenazado su privilegio, hace parodia del cántico subversor a través de memes y expresiones sarcásticas racionalmente inexplicables, haciendo humor negro de un flagelo que causa dolor y muerte. Ese mismo actor desinforma, y distorsiona el sentido de la causa feminista llamándola absurdamente “machismo al revés” y descalifica todo cuestionamiento que trastoca la estructura de su poder edificado sobre la opresión histórica de la mitad de la humanidad.
Y esa mitad del mundo, oprimida y revictimizada por la culpa sobre la agresión, se llama mujer y hoy interpela y denuncia públicamente a sus violadores directos e indirectos:
Al sistema patriarcal y a su arrolladora estructura de poder que la oprime y la subalterniza. Al Estado, que viola sus derechos y toma partido por la dominación hegemónicamente masculina. Al sujeto machista que se atribuye el derecho sobre su libertad, su cuerpo y hasta su vida. A la sociedad que naturaliza la violencia contra ella, cada vez que comenta una violación y/o feminicidio, con preguntas desafortunadas en las que subyacen duras acusaciones ¿Qué hacía en la calle a esa hora? ¿Qué quería, si vestía de esa forma? ¿Por qué estaba sola en ese lugar? ¿Qué esperaba si estaba ebria? ¿Era la única mujer del grupo?, y otras.
Pues no, señoras y señores, ni el hombre es una bestia instintiva e irracional tan básica, y tampoco un lugar, una hora, una forma de vestir o una situación, son la licencia para ser violada o asesinada.
Semejantes preguntas en pleno siglo XXI, deberían horrorizarnos o, cuando menos, avergonzarnos por la insensatez que insinúa factores “provocativos”, aun sabiendo que se viola en lugares del Medio Oriente, donde las mujeres visten cubiertas de pies a cabeza, no beben alcohol ni salen de noche; y que también se viola en todo el mundo a niñas, ancianas, familiares y amigas cercanas con quienes se supone un vínculo fraternal del agresor. Incluso se viola a homosexuales y niños. Basta de excusas.
Está claro que el único culpable, criminal y delincuente es el violador. Y el cántico lo denuncia con un contundente “¡El violador eres tú!”, apuntando al macho abusador que está en el hogar y en la calle, impunemente.
No acusa a todos los hombres. No. Porque el hombre que no viola ni mata ni lo justifica, representa una nueva masculinidad emancipada de prejuicios; un potencial aliado de la causa que exige respeto para la mujer, simplemente porque es persona, condición superior y precedente a la circunstancia de ser madre, pareja, hija, hermana o amiga de un hombre.
Es una causa tan justa, como en el siglo XIX fue el movimiento abolicionista de la esclavitud. Propugna el respeto a la condición humana y la equidad entre pares, para humanizar la cohabitación que, sólo será posible sin machos ni sumisas, y justamente a ellas cabe llegar con una monumental cita de la intelectual Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte, si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.
La autora es politóloga
Columnas de DAFNE ZENZANO