¿En qué manos está la diplomacia mexicana?
El derecho de asilo es una institución de la civilización latinoamericana. Sus reglas están acordadas en tratados suscritos por la mayor parte de los países de América Latina. Más allá de esas normas explícitas, la fuerza de la costumbre establece el derecho y los deberes del asilo político que son respetados con mucho orgullo y pulcritud en nuestra región.
Cuando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), envió un avión de su Fuerza Aérea para recoger a Evo Morales Ayma del aeropuerto de Chimoré, en el corazón del trópico cocalero de Bolivia, lo hizo en observancia de esta noble tradición. Pero no en estricto cumplimiento de su práctica establecida, según la cual la persona que pide asilo debe ingresar por sus propios medios al territorio o a la embajada del país donde lo solicita.
Evo Morales, tal como ha acostumbrado toda su vida, se hizo a la víctima, alegando que se lo persigue solamente por ser indio. Millones de bolivianos salieron a las calles para oponerse al fraude electoral orquestado por él. Cuando la Policía y las fuerzas armadas se negaron a reprimir a la población civil, abandonó sus funciones presidenciales y pidió que México lo rescatara bajo el pretexto de que su vida corría peligro cuando nadie lo estaba persiguiendo.
Tampoco eran perseguidos una serie de funcionarios de su Gobierno que, sin embargo, buscaron y consiguieron asilarse en la embajada de México en La Paz. Uno de ellos, el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, había declarado poco antes con mucho entusiasmo a una agencia de noticias rusa que Bolivia sería el próximo Vietnam.
En ese momento no se sabía que Evo Morales desde la Ciudad de México, así como Juan Ramón Quintana desde la Embajada de México en La Paz, iban a dirigir una ola de violencia física sin precedentes en la historia de Bolivia, ola que se estrelló de manera sistemática y criminal contra manifestaciones pacíficas callejeras y contra la Policía que protegía el derecho a la protesta. Tampoco se sabía que lo hicieron con el patrocinio del Gobierno de México.
Muy al contrario de esa forma de actuar, todos los asilados en los recintos diplomáticos mexicanos en La Paz están plenamente protegidos por los artículos 22 y 30 de la Convención de Viena de 18 de abril de 1961. Estos dos artículos impiden que el Gobierno de Bolivia pueda ingresar en esos recintos sin una invitación o una autorización de la Embajadora de México.
Si el Gobierno de Bolivia violara esos recintos, lo cual es impensable, eso sería equivalente a que Bolivia invadiera territorio mexicano. Esta inviolabilidad se respeta en América Latina con más fuerza que en otras partes del mundo, entre otras cosas porque protege el derecho de asilo.
La entonces embajadora de México en Bolivia, María Teresa Mercado Pérez, fue quien pidió protección para su sede diplomática y su residencia a la canciller boliviana, Karen Longaric. Lo hizo mediante visitas personales y notas escritas publicadas por Bolivia. Al parecer, su jefe, el señor canciller Marcelo Luis Ebrard Casaubon, nunca se enteró de esas solicitudes.
El Gobierno de Bolivia tiene todo el derecho de vigilar con fuerza pública o militar la parte exterior de cualquier misión diplomática, ya sea para brindar protección a esa misión o para evitar la salida de personas que el Gobierno de Bolivia considera que han cometido delitos y que por esa razón no tienen derecho ni al asilo ni a un salvoconducto para abandonar el país.
Lo que está fuera de toda norma, de toda costumbre y de toda discreción es que el país que otorga asilo a una persona le brinde todas las facilidades para intervenir en la política de su país de origen desde su embajada o su territorio. Esto viola el Tratado sobre Asilo y Refugio Político de Montevideo de 1939 y la Convención de Caracas sobre Asilo Diplomático de 1954, documentos de cuya existencia todavía no ha sido informado el canciller Ebrard.
Un pilar de la diplomacia mexicana es la Doctrina Estrada, que estipula una estricta no intervención en los asuntos internos de ningún otro país. El vasto apoyo brindado a Evo Morales para hacer declaraciones sobre Bolivia desde México viola esa tradición, algo que el Canciller mexicano descarta o ignora.
Además México se precia de valorar “el sufragio universal y la no reelección”. Evo Morales no solamente fue sindicado, en una detallada auditoría electoral de la OEA, de haber cohonestado extensas irregularidades electorales cometidas a su favor, sino que además defiende descaradamente un supuesto derecho a la reelección indefinida, con lo cual viola otras dos nobles tradiciones mexicanas, que tampoco figuran en la pantalla de Ebrard.
El filósofo mexicano José Vasconcelos acuñó, en 1925, la frase “raza cósmica” para referirse al producto de la mezcla benéfica entre amerindios, europeos, africanos y asiáticos. Durante sus 14 años de gestión Evo Morales se ocupó de promover una guerra entre “blancos” e “indios,” bajo la curiosa teoría de que “los indios son la reserva moral de la humanidad.” Cuando Ebrard recibió a Evo Morales en el aeropuerto de México le dio una palmada paternalista en el cachete, un gesto totalmente insultante para cualquier mexicano que se precia de ser mestizo.
Al parecer Evo Morales sugirió a Ebrard que denunciara a Bolivia ante La Haya por una presunta violación de los recintos de la embajada de México en La Paz para facilitar la evasión de los asilados al control policial. Es posible que se den intentos de este tipo en próximos días.
Más solidario que inteligente, el Canciller mexicano procedió a anunciar una demanda de México contra Bolivia ante la Corte Penal Internacional “por violación de obligaciones diplomáticas.” Semejante demanda, por absurda que fuera, solo procedería ante la Corte Internacional de Justicia, también ubicada en La Haya, según corrigió a Ebrard uno de sus propios funcionarios.
No es monopolio de la izquierda populista el denunciar a otros por faltas que uno mismo comete. Hay casos muy bien conocidos de la derecha populista que hace lo mismo. Si AMLO y Ebrard son la punta de lanza de la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, estos últimos pueden dormir tranquilos por mil años. El problema de cierta izquierda latinoamericana no es su ideología ni su dedicación a las causas más nobles. Es su descomunal incompetencia.
El autor practica análisis de ideas
Columnas de WALTER GUEVARA ANAYA