El desafío histórico de Jeanine Añez
El vertiginoso acontecer político de los últimos meses, ha erosionado el clima social y ha dejado al ciudadano profundamente afectado. Le costó caro defender su causa; lucha que le dio fuerza moral para exigir de la clase política, un cambio real que trascienda a la simpleza de reemplazar un caudillo por otro, que sea capaz de revertir con vocación democrática el vaciamiento de principios en la práctica política, y de consensuar para formar un gobierno legítimo y fuerte.
El ciudadano hizo su parte, pero esa clase política, desde su zona de confort anacrónica y miope, no hizo una lectura responsable del fenómeno vivido. Sobrepuso como siempre, sus intereses partidarios sobre el clamor popular y multiplicó sus candidatos a mansalva; pero eso no es todo.
Para “combatir la dispersión”, surge Jeanine Añez, presidente del Estado, quien antes negó públicamente su posible candidatura y la calificó como “deshonesta”, reafirmando su dedicación exclusiva al cumplimiento de los objetivos de su gobierno de transición: la pacificación, la gestión y principalmente, la garantía de elecciones limpias y transparentes, para entregar el mando a un presidente electo por voto popular. Así asumió el desafío histórico de restaurar nuestra democracia, hoy herida de muerte.
Para muchos, su postulación es una aspiración personal que desdeña el respaldo de ese pueblo que aplaudía con entusiasmo su gestión, hasta ese día; desdibuja su imagen firme, solvente y de claros principios, al escuchar de ella los mismos argumentos de impostura del gobierno anterior, y desencanta que ampare su candidatura en el mismo paraguas de la legalidad adaptada mañosamente para que Evo Morales abuse del poder.
Lamentablemente, en política la ética es sólo una palabra de uso retórico. Se ha naturalizado que toda reivindicación del comportamiento político correcto y honesto, sea respondida con la letra muerta de un artículo interpretado para legalizar lo que conviene al poder. En ese contexto, la candidatura de Añez es legal como fue la de Morales. El debate en común, es la legitimidad y los principios.
Y es que Añez empieza a convertirse en lo que criticó al encarnar la dualidad presidente-candidato, tan censurada en Morales, por toda su implicancia. Ambos, en vez de responder a los cuestionamientos éticos de sus candidaturas, se victimizan; él por ser indígena, ella por ser mujer. Ambos dicen que postularon obedeciendo al pueblo; que ejercen derechos políticos; que se decida en las urnas, y más.
Nuestra presidente está mal asesorada o perdió el norte, pero la similitud discursiva con Morales, es un autogol.
Para peor, la denuncia-renuncia de la ministra de Comunicación pone en tela de juicio la prioridad entre campaña y gobierno, que se agudiza con el “ajuste” de un gabinete que lograba una gran gestión. En el fútbol es ley: “Equipo que gana, no se toca”; remover a un jugador, supone cambio de estrategia, por tanto, cambio de prioridad. Es obvio.
Todo esto tiende un manto de dudas razonables, despierta temores y reaviva el pedido de unidad en torno a un proyecto serio; de cambio real.
La mayoría ciudadana del 21F, de las pititas y marchas contra el fraude, no está dispuesta a soportar más aventuras políticas, ni que sigan subestimando su inteligencia con mensajes o justificativos ofensivamente básicos y simples; no tolera los actos de quien los criticó pero empieza a practicarlos. Ojalá, nuestra presidente reflexione, por el bien de todos los bolivianos como ella.
La autora es politóloga
Columnas de DAFNE ZENZANO