Dos cubalibres, por favor
Desde la Vista del amanecer en el Trópico, haciendo Pequeñas maniobras, Tres tristes tigres otean el azar Antes que anochezca. La Habana para un Infante Difunto se pregunta y se asombra, De dónde son los cantantes. Paradiso es la imagen perfecta de una puesta de sol como jamás se había visto en la Isla.
Imagino el bar El Porvenir. “Una joven pianista le arranca al instrumento un tema de Ernesto Lecuona. (...) Aquí, muchos bebedores creen saber cómo se prepara un(a) Cubalibre”.
“De punta a punta de la barra, los partidarios de una y otra tendencia dicen cosas de doble sentido sobre el origen de los ingredientes fundamentales del cóctel: la cubana del ron (¿Bacardí, Matusalén, Havana Club?) y la norteamericana franquicia del refresco más deleitoso del mundo, la Coca-Cola, pero no se ponen de acuerdo y lo que había empezado como un sano ejercicio parlamentario amenaza con convertirse en un gallinero”.
Ese gallinero, bien podría estar compuesto por esos cubanos que se fueron con sus amaneceres, pero que nos dejaron vida en sus libros.
Liderando el cónclave, imagino a José Lezama Lima hablando quedito, mientras la voz áspera de Guillermo Cabrera Infante se va mimetizando con el Puro humo de un puro reglamentario que consume el tiempo.
Contando La vida entera, está Virgilio Piñera, leyendo y releyendo poesía en La isla en peso.
Siempre delicado y afable, Severo Sarduy ilumina con Cocuyo, Barroco e incontenible seductor de la palabra que Cobra vida en Maitreya.
Reynaldo Arenas, se asemeja a un ave nocturna, cavilando con cordura su derecho a abandonar la Isla. Dos cubalibres, por favor, resuena la voz grave de Eliseo Alberto, Lichi, para los amigos.
Ese gigantesco cubano con corazón de malvavisco, con pasos lentos pero rítmicos semejante a un danzón, que siempre escribió, vivió y murió bajo ese grito impotente y ahogado de la añoranza: “Nadie quiere más a Cuba que yo”, se pone más Habana que nunca.
Lichi, polemiza sobre su Informe contra mí mismo desde Caracol Beach y así, con candela y azúcar, van combinando seriedad, puros, ron, risas y sueños, pero sobre todo, encuentros y desencuentros en los amaneceres más esperanzadores y en los anocheceres menos gozosos.
La literatura cubana en el exilio tiene esa mirada perdida que habita en el cuerpo huérfano del horizonte. Presencia, ausencia y recurrencia, un trío que empuja a sujetarse al futuro como un motivo más para asumir la nostalgia y adornar la realidad, hacerla más clemente, menos melancólica.
Eliseo, cuenta una historia extraordinaria, una que Sergio Ramírez difundió alguna vez en un artículo: “Un estudiante le pregunta a José Lezama Lima qué cosa es el azar. “Tú te subes a la guagua y al lado del asiento que eliges va sentada la mujer que será tu esposa…”, empezó Lezama. “¿Y ése es el azar, maestro?”, lo interrumpió el alumno. “Espérate a que termine, chico”, respondió, “el azar es la mujer que iba en la guagua a la que no te subiste”.
Esa reunión de memoria y deseo, seguro que no está esencialmente marcada por el azar, sino, por el extraordinario amor a Cuba, de esos que se fueron sin volver a sentir sus olores y sabores.
Lichi, echa cuento sobre si ahora, más que nunca, la clemencia, que se usa poco en estos tiempos, hiciera posible tomarse un Cubalibre con Coca-Cola y sin culpa, como la que Barack Obama y el tal Raúl Castro intentaron hacerlo, simbólicamente, en 2016 con la firme intención de archivar las cinco décadas de muros y bloqueos.
¿Cae(rá) la dictadura y el muro político de la inflexibilidad y la bandera vergonzosa de los intereses ideológicos se opacará?. ¿Se desploma(rá) la muralla que divide(ía) a las dos Cubas: la de adentro y la del exilio?. La primera, valerosa y combativa, la que dejaron intacta, escritores, cantantes, artistas y tantos miles de cubanos que se fueron mirando atrás, adheridos a balsas imaginarias, sin temor a convertirse en sal, a quedarse petrificados en el intento más humano por alcanzar otros ámbitos, otros cuentos.
La segunda, sin poder volver a su pasado, a su cuna, al principio de todo. Para ver siquiera el sitio exacto en el que fueron enterrados sus mayores, sus tíos, sus primos, sus hermanos. Esa es la visión fantasmagórica de las dos Cubas: mitad eros, mitad thanatos. Hoy, más que nunca, reivindico el clamor de los que dejaron en novelas, poemas, ensayos y cuentos, la oscura pena de un pueblo marcado por la soledad y el eterno clamor de libertad. Otros, sin duda, lo hicieron y aún lo hacen en la arena de alguna orilla del mar que, cada vez que el reflujo bate y se extiende sobre la costa, se lleva mar adentro las esperanzas y los deseos más humanos y sencillos. ¡El mar, guarda los secretos de libertad y felicidad!
Tres tristes tigres para una Cuba de un Infante difunto. A Guillermo Cabrera Infante la melancolía y los acontecimientos fuertes le vinieron a muy temprana edad. La literatura, (comenzó a escribir a los 18 años) el arresto de sus padres por fuerzas castristas. Su relación precoz con el amor, la desazón y el desengaño de la revolución le hicieron ver la vida menos luminosa, todo lo contrario al cuerpo esencialmente nocturno y vívido en Tres tristes tigres. Una aproximación a la vida con cierto desparpajo, eso que en Cuba se llama “choteo”, burlarse de la realidad, aceptarla con una risa, a veces con un carcajada.
“Yo creo que la revolución se traicionó así misma y que Castro fue el Robespierre y el Napoleón de la revolución y que su afán de poder lo llevó a adoptar el comunismo”, decía Cabrera Infante.
Hay una gran frase del fallecido escritor cubano Eliseo Alberto que me seduce por su contenido nostálgico: “Los hombres de las islas siempre somos náufragos, siempre estamos mirando el horizonte”.
Yo diría que vivir sitiado en la sombra de la soledad es similar a la visión que poseen los que habitan en las islas. En ellas, los dos grandes sucesos de la vida cotidiana son que alguien se va o alguien regresa: el que se va es porque quiere saber qué carajo hay detrás de la línea del horizonte y el que regresa es porque trae cuentos de lo que vio.
¡Ay de aquella historia que cuente que los cubanos fueron libres de odios y rencores! ¡Ay de ese suceso que asegure la promesa de días mejores y la caída de la dictadura y reivindique el humanismo, la democracia y la unidad.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.