El mar y el Silala en tiempos electoreros
El viernes pasado, 14 de febrero, aniversario de la invasión de Antofagasta, empezó nuestra temporada cívico religiosa de la plañidera respecto al mar, esa que culmina el 23 de marzo cada año, y que el anterior estuvo bastante deslucida debido al enorme fiasco de La Haya. Puntual para la fecha, ha llegado a las tapas del periódico el subtema del Silala.
Los patriotas, sobre todo los de claustro, dicen que no se debe politizar ni la demanda-aspiración-trauma del mar, ni la de esas aguas que van al mismo, y están obviamente equivocados porque, como buenos religiosos, le dan mayor importancia a los sentimientos antes que a la razón. El mar y el Silala son temas políticos y, por ende, temas electorales, y así ha sido desde que se produjo el problema o, aún antes, desde que nacimos a la vida republicana en aquellos “interesantes” tiempos del primer cuarto del siglo XIX.
Digo esto, porque ahora que estamos en etapa electoral, uno de los temas que debe ser tomado en cuenta es, precisamente, lo que se hizo y lo que se pretende hacer con la ridícula demanda marítima que Evo Morales llevó a cabo, y en la que fue secundado por moros y cristianos.
Es hora de saber exactamente cuánto le costó al erario nacional esa derrota en La Haya que tenía como fin principal, aunque no confeso, el apostar a una eternización de Evo en el poder. Importa saber cuánto le costó al ciudadano boliviano cada lágrima que derramó el abogado Brotons en esos tribunales, y se tienen que establecer responsabilidades. Precisamente porque era una propuesta irracional ya que se sentaba en una idea que hubiera acabado con buena parte del quehacer diplomático. Pretender que las negociaciones sin acuerdos, aunque incluyan ofrecimientos, impliquen compromisos que se deben honrar es un absurdo, es una negación del ejercicio de la diplomacia.
En La Haya no perdimos el mar, lo perdimos en el año 79 del siglo antepasado, pero pasamos un bochorno muy feo como país, y perdimos una millonada, y eso sí se pudo evitar. Los responsables de este fiasco y esta sangría de dinero deben ser identificados. Me imagino que será imposible recuperar el dinero malgastado, pero de los errores se debe aprender en serio, y eso se hace asumiéndolos plenamente. Ahora, con el juicio sobre el Silala, lo que es obvio por razones orográficas, es que nuestra premisa debería ser que el agua no va de abajo para arriba, y eso tal vez nos hubiera ahorrado otra buena cantidad de verdes.
El juicio de La Haya ha sido la peor intervención diplomática que ha hecho Bolivia desde su fundación, y además la más cara y, hasta ahora, la menos transparente. Hoy, con la Cancillería en otras manos y con el Estado en otras manos, es hora de tener la información completa. Esto no tiene solo interés histórico, no olvidemos que el triste excanciller Choquehuanca, bajo cuya dirección, (por lo menos oficialmente) Bolivia planteó esa demanda, pretende ser elegido vicepresidente del país.
Choquehuanca ha demostrado que es capaz de asumir posiciones para las que no está preparado y, además, ha demostrado que es capaz de deshacerse de quienes pudieron orientarlo adecuadamente, y que es proclive a escuchar a los ineptos o, peor aún, a sojuzgarse a los irracionales del otro lado de la plaza Murillo.
Si señores, el tema del mar, y el del Silala deben ser ampliamente discutidos en esta etapa de las campañas electorales, tenemos que saber clara y concretamente, sin meandros ni respuestas ambiguas, la postura de cada uno de los candidatos respecto a ello. No por la importancia real que estos asuntos tienen para la vida de los bolivianos, que es leve o nula, sino porque se trata de madurar como sociedad, y que eso suceda solo es posible si se tienen líderes y actores políticos maduros.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ