“Somos bultos que arrastran en la oscuridad”
El literato entró al café, arrojó sobre nuestra mesa el periódico y suspirando anunció: “Somos bultos arrastrados en la oscuridad”.
El tintineo de una cucharilla, la exhalación del humo de un cigarrillo y el ruido de papel sábana fue la respuesta. Esos sonidos eran el preámbulo usual a la charla de amigos de café, que se preparaban a hojear el periódico del día, saltando de una noticia a otra para reflexionar juntos sobre política.
– ¡Cuidado con lo que dices! advirtió el sociólogo. No fuimos bultos manipulados cuando defendimos nuestro voto. En esos días fuimos soberanos.
– Pero comenzamos a ser bultos cuando se nos encaramaron los pícaros de siempre, blandiendo la Biblia como carnet de partido.
– También los pícaros de antes nos hicieron creer que éramos bultos cuando dijeron que nuestra revuelta no causó la huida y la atribuyeron a un golpe militar. Lograron que la palabra "golpe" hiciera tanto ruido que terminó callando la palabra "fraude"...
– "Nadie sabe para quién trabaja", creo que así se llama el juego, concluyó el sociólogo aplastando su cigarrillo a medio fumar con el gesto del adicto disgustado.
El periódico pasó de mano en mano, cada contertulio escogía una noticia para comentar. Aunque uno reaccionara más con una que a otra, el sentimiento común era el disgusto.
El economista tecleó en su calculadora una cifra de 11 dígitos, la dividió entre 82 y anunció que el último “caso Entel” había superado el récord de velocidad de robo, que él calculaba en dólares por día.
–Es un índice interesante para medir la eficiencia de un Gobierno en el uso de los instrumentos de corrupción que dispone, dijo con triste ironía.
El abogado ojeó el periódico y murmuró como con vergüenza: “Los hombres que tejen y destejen leyes no se quedan atrás. En pocos días han logrado establecer una nueva red de colusión con el nuevo Gobierno y persiguen veloces a los designados por el el Ejecutivo”.
El economista añadió: “Su instrumento de corrupción es vender al Poder Ejecutivo la independencia del Poder Judicial... una vez vendido el telar, pueden tejer también para clientes privados”.
–Estos tienen mercadería multiuso. No solamente venden velocidad, sino también lentitud, añadió el abogado.
–Y, miren, están preparando violencia–, dijo el militar mostrando una foto de soldados con flamantes picotas rojas al hombro.
El sociólogo suspiró: "En política, cuando no trabajas en favor de la paz, trabajas inevitablemente para la guerra"...
–¿Quién dijo eso?
–No recuerdo. Tengo el defecto de no ser suficientemente libresco para recordar los autores de mis citas. Soy un empírico. Sea de quien sea, la cita podría aplicarse a la Presidenta, que abandonó el trabajo de pacificadora que le encomendamos.
El antropólogo y conciliador de conflictos mostró dos comunicados de prensa que llamaban a sendas manifestaciones:
–En una calle se atreven a presionar al TSE para que habilite a un candidato y en la otra lo presionan para que no lo habilite. Ante cualquier decisión que tome, una de las calles se atreverá a acusar al Tribunal de parcialidad y se sentirá autorizada a denegar los resultados electorales. La deserción de la Presidenta dejó a nuestro mayor factor de paz sin la coraza que le daba una indiscutible imparcialidad.
El filósofo tomó la palabra. Callaron esperando algo sesudo, pero solamente lo vieron rebuscando sus bolsillos.
–Parece que me he empobrecido, dijo.
–No te preocupes, te invitaremos el café, le dijo el antropólogo. Es simple reciprocidad...
–Gracias, pero la pérdida es grave. Creo que hemos perdido el valor de una palabra.
El economista paró las orejas. Él sabía de precios y mercados, quería saber de valores y reciprocidades.
–En el pasado, dijimos "fraude" para nombrar una cosa que para ser real debía ser tangible y demostrable, continuó el filósofo.
–Esa misma palabra será ahora usada de manera frívola. Servirá para mentir. Y no solo perderá valor en el futuro, sino también en el pasado. Se podrá pensar que si ahora es usada para mentir, quizás fue mentira lo que se llamó fraude en el pasado. Nuestra capacidad de dar nombre a la realidad habrá perdido una palabra...
–Otra vez nos convierten en bultos, pero en bultos mudos, dijo el literato.
–... y sordos, abundó el antrópologo pacificador.
–No escuchamos los rumores de guerra y bailaremos carnaval...
El literato tartamudeó una metáfora:
–Pero si ahora somos bultos, no debemos olvidar que fuimos los soberanos que revolvimos el avispero y pusimos en fuga al enjambre. Es cierto que muchas avispas se quedaron adentro y albergaron una nueva reina, para que herede el sabroso panal.
–Y ahora, ¿qué hacemos? Se impacientó el economista. El abogado se puso de pie y alegó con fuerza y emoción:
–Lo peor que nos puede suceder es que perdamos la fuerza y la fe para sostener nuestra soberanía. El pueblo es el Soberano y puede y debe gobernar su propio país. No debemos abdicar en favor de los que arriman bultos.
Todos los contertulios se pusieron de pie y convinieron que volverían a encontrarse el próximo domingo para delinear una estrategia.
–Tengamos esperanza, dijo el filósofo y les recordó las palabras de Vaclav Havel: " La esperanza no es lo mismo que el optimismo. El optimismo es la convicción de que algo saldrá bien. La esperanza es actuar con la certeza de que se hace lo correcto y tiene sentido, independientemente de cómo resulte."
El autor es ciudadano y artista
Columnas de LUIS BREDOW SIERRA