El teleférico, la chicha y el chicharrón
En Cochabamba, ciudad de mágico encanto, no resulta imposible, ni siquiera causa sorpresa, que un peatón sea atropellado en plena acera. Luego el infractor lo increpa con argumentos surrealistas para echarle la culpa y así confirmar que en esta tierra de nadie no solo los valores, sino el sentido, común están invertidos.
El transporte, desbordante e imprudente, invade todo espacio público, y hace que los precavidos miren más de una vez a la derecha y a la izquierda y se persignen antes de cruzar la calle. Los insensatos, que son los más, cruzan en medio de la calle, entre los vehículos, y contribuyen al caos. Las señalizaciones, las cebras y los semáforos forman parte del repulsivo paisaje urbano de nuestra “ciudad-jardín”, y no valen más que las marañas de cables eléctricos, los árboles talados y las pilas de basura en todas las calles.
A los últimos alcaldes se les escapó el timón, o lo soltaron a propósito con fines egoístas, y la ciudad terminó enterrada bajo un cúmulo de vehículos contaminantes y ruidosos, que nos enferman, nos estresan y nos consumen el tiempo.
Las soluciones que se plantean no tienen argumentos contundentes e irrefutables, no tienen respaldos técnicos serios, detallados, que contemplen todas las variables sin excepción, ni están proyectadas dentro el marco del desarrollo sostenible. Se interviene con torpeza en el espacio urbano. Se diseña y se planifica a medida que la destrucción y la construcción avanzan. En buenas cuentas, se practica el deporte en el que los bolivianos somos campeones mundiales: la improvisación.
Lo cierto es que para el transporte necesitamos una solución integral que, no solo le haga la vida más fácil al ciudadano, sino que no contribuya al calentamiento global, ni destruya las pocas áreas verdes que nos quedan, ni requiera la construcción de grandes infraestructuras de hormigón armado.
En un artículo anterior expuse la necesidad de crear una red de transporte sostenible, con buses eléctricos, tranvías, ciclovías y calles peatonales, siguiendo el ejemplo de los países de vanguardia. Este circuito estaría completo con la implementación de teleféricos en el tramo actualmente destinado a la Línea Amarilla del tren, que es muy polémica en el recorrido que plantea su diseño, pues generará gastos enormes en la readecuación de vías vehiculares, ocupará una gran superficie de áreas verdes, y ocasionará muchas incomodidades a los vecinos de la zona.
El teleférico es un sistema de transporte aéreo que se asienta de puntillas en la ciudad, con la delicadeza de una bailarina de ballet, con una incidencia mínima en el espacio urbano, que sortea sin problemas todo tipo de obstáculos ríos, edificios, carreteras –, tiene bajas emisiones de polvo y no genera ruido.
Sus ventajas son innumerables: contribuye enormemente a la descongestión vehicular, tiene un mayor número de estaciones con salidas continuas –que pueden estar ubicadas cerca de universidades o parques–, una programación computarizada que garantiza puntualidad, recibe un enorme flujo de personas en poco tiempo, no necesita semáforos, y tiene una mínima, casi nula, posibilidad de accidentes.
Que no nos confunda la nostalgia, Cochabamba no es una ciudad jardín, es una urbe insegura, sucia, caótica, que crece sin considerar ninguna planificación seria, y donde transportistas y comerciantes tienen una injerencia total, humillante, sobre los administradores municipales.
Las futuras autoridades tienen que dedicar todo su tiempo a la gestión municipal, sin embarrarse en la política nacional, y deben estar rodeadas de técnicos especialistas, no de oportunistas del cuoteo y la extorsión. Así será posible realizar intervenciones drásticas que beneficien a la población en general y no solo a un gremio específico, que proyecten una ciudad para los siguientes 50 años, donde nuestro orgullo cívico se sostenga en algo más que en la chicha y el chicharrón.
El autor es arquitecto
Twitter: @LemaAndrade
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