“Destruiste Cochabamba”
“Destruiste Cochabamba” por no querer el Corso de Corsos, porque eso es no apoyar al comerciante informal de tu tierra. “Destruiste Cochabamba”, porque no valoras la identidad cultural que exponen los danzarines. “Destruiste Cochabamba”, porque preferiste la Madness. ¡Malagradecido! (nótese el sarcasmo), es la nueva campaña de miles de fraternos que se quedaron “vestidos y alborotados” para la actividad central del Carnaval más largo del país.
Pero lo que no es sarcasmo es que los cochabambinos vivimos para criticarnos mucho y hacer muy poco. Reventamos las redes cuando se quema el Tunari (eso es destruir Cochabamba), pero en las campañas de reforestación no son más de 200 personas.
Renegamos por las calles inundadas por cinco minutos de lluvia fuerte. Y no tarda en aparecer el dedo acusador para buscar responsables, pero ahí estamos abriendo la ventana del auto para botar la bolsa del tostado sin importar el desagüe que se tapa. Ese dedo acusador nunca nos apunta a nosotros.
Nos tapamos la nariz cuando pasamos por el río Rocha, porque huele mal, de verdad huele muy mal, pero no nos importa ponerle el rótulo de botadero a cielo abierto cuando sobra una llanta y no sabemos dónde desecharla.
Todo esto es destruir Cochabamba. Cuando lanzamos la bolsa a la torrentera, cuando depredamos un árbol, porque las hojas ensucian la acera o las ramas tapan el letrero del negocio. Destruimos Cochabamba cuando destruimos a críticas al llajtamasi, cuando no hacemos cola y coimeamos para conseguir la licencia de conducir.
Cochabamba se quedó en la década de los 90, porque día a día destruimos Cochabamba. Dejemos de quejarnos, de señalar al otro. Como dice la canción de Michael Jackson, empecemos con la persona en el espejo. No todos los cochalas son así, pero hay un gran porcentaje que es el que precisamente destruye Cochabamba.
La autora es periodista de Los Tiempos
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES