Otra sobre la guerra del Chaco y el petróleo
El destacado ingeniero geólogo, y político, Salomón Rivas Valenzuela, a quien respetamos pese a no compartir sus criterios políticos, escribió en una de sus columnas para El Diario, allá por el mes de agosto del año 2010: “Sabemos que detrás de YPFB está el espíritu de los 50 mil soldados bolivianos que fueron para no regresar a la desastrosa Guerra del Chaco, orquestada por dos transnacionales en pugna por la riqueza del petróleo, de ese entonces”.
Salomón Rivas se refiere a la guerra librada entre Paraguay y Bolivia por la posesión del Chaco Boreal, de julio de 1932, a junio de 1935. Pero, ¿fue la Guerra del Chaco, una guerra petrolera, quiero decir, instigada por los cárteles petroleros del momento: la estadounidense Standard Oil Company del lado boliviano, y anglo-holandesa Shell, del paraguayo, como una y otra vemos y/o oímos, incluso en nuestros tiempos actuales, tanto en los medios de la prensa, como en los ámbitos académicos?
Sin duda, el petróleo tuvo ciertas implicaciones con la guerra, sin embargo, no de las maneras en que habitualmente creemos. En efecto, el potencial del petróleo como energético para diversificar la economía y modernizar el país, indujeron al Estado boliviano a ocupar militarmente el Chaco buscando una salida por el océano Atlántico para su exportación a través del río Paraguay.
Y dos hechos de origen externo arreciaron esos afanes: 1. La negativa de Argentina frente a Bolivia que solicitó el tendido de un oleoducto por su territorio para exportar la producción de la Standard Oil en 1930. 2. El enclaustramiento marítimo definitivo subsecuente al tratado chileno-peruano de 1929 que negó a Bolivia una salida soberana al Pacífico. Paraguay, por su lado, y en un marco diplomático bilateral malogrado, actuó similarmente.
Sin embargo, para la Standard, los precios y demanda del petróleo, no justificaban los costos de transporte apuntando a comercializarlo en el país, o en el marcado mundial saliendo al Atlántico por el Chaco Boreal.
Tampoco le interesaba la llanura chaqueña, cuyo potencial petrolero había descartado. Al contrario, estallando la lucha, se declaró neutral negándose a incrementar el suministro interno (aunque de acuerdo al contrato, hacerlo era su obligación en caso de guerra), o prestar cualquier otra colaboración al país.
Aquel aforismo de la Primera Guerra Mundial: “una gota de petróleo equivale a otra de sangre”, también valió para la Guerra del Chaco. Bolivia marchó a la lucha con sólo alrededor del 15% de su demanda petrolera cubierta con producción propia, en los hechos, de la Standard Oil. No obstante, las tropas bolivianas dependían de los camiones que repartían turriles de agua entre los puestos de combate, forzando aquello a importar más gasolina.
Más tarde, y al término de la guerra, mientras militares y políticos de aquel régimen oligárquico boliviano, se responsabilizan mutuamente por el curso nefasto de la lucha, la Standard Oil de Bolivia, surgía como un enemigo común encarnando las culpas por la guerra, tanto entre las izquierdas emergentes, como entre los conservadores y derechistas. En ese contexto, las denuncias conspirativas en plena guerra del senador estadounidense de Luisiana, Huey Long, alias Kingfisch, acusando a la Standard por instigar la guerra manipulando al Gobierno boliviano para explotar y transportar petróleo por el Chaco, abonaron la institución masiva del mito: el de la Standard como responsable de la guerra.
El autor es economista
llamadecristal@hotmail.com
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