Invasiones bárbaras
Fue gradual la decadencia del imperio romano desde el siglo II. Se consideran diversos factores como causantes; el historiador Friedlander señaló que desde mediados del siglo II habrían sido las pandemias las principales causas de la caída de la población, a lo que se agregó la desorganización social consecuente y el empobrecimiento.
Y tras de la opinión de Friedlander, dada en el siglo XIX, está la de Gibbon de un siglo antes, quien consideró que la decadencia romana culminó con las invasiones bárbaras y la religión, referida a la cristiana.
En la decadencia que vemos en Estados Unidos, como culminación de un proceso complejo tenemos otra vez a las invasiones bárbaras y a la religión. Comencemos por las invasiones.
Estados Unidos, y también Europa, sufren de un proceso de invasión gradual. No se trata de invasiones bárbaras en sentido de que se inician con la penetración de verdaderos ejércitos, como ocurrió en el imperio romano cuando entraron godos, suevos y lombardos, con sus ejércitos formados y sus reyes.
Ahora, los invasores en Europa son musulmanes y africanos, pacíficos e indefensos, pero sus motivaciones son las mismas que las de los pueblos germánicos que penetraron en el imperio romano; buscan mejores países en los que vivir.
En Estados Unidos hay un ingreso masivo de hispanoamericanos; son inmigrantes pacíficos, en busca de mejores condiciones de vida.
Estos nuevos invasores en Norteamérica hacen lo mismo que hicieron sus predecesores que colonizaron ese continente, sólo que esta vez lo hacen pacíficamente, sin armas, sin arrebatar sus tierras a los originarios de ellas (como se hace actualmente en Bolivia al despojar de sus bosques a los originarios de ellos).
Veamos eso de las religiones. En el imperio romano el cristianismo tenía sus pros, dada la época, pero no dejaba de ser algo a trasmano teológicamente. Para el mundo del Mediterráneo la propagación del cristianismo y luego del islamismo significó ponerse a la par con la India, con sus extrañas religiones.
La decadencia estadounidense en el siglo XXI trae la propagación del cristianismo político. En el caso de Hispanoamérica, tenemos que la iglesia católica ha retrocedido en el ámbito político. Antes, su acción fue resistida, como que no cuajó en Latinoamérica el fascismo, que es doctrina originada en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, de finales del siglo XIX. Ahora lo que se propaga es la religión bárbara de Estados Unidos, que es el calvinismo político, en sus muchas versiones y sin ese nombre, y vemos cómo ingresa hasta en el mismo Palacio Quemado en La Paz.
Cuando en su anterior gestión como presidente de Chile, dijo Piñera que los que no tenían medios económicos no tenían por qué estudiar en las universidades públicas, sin saberlo conscientemente se manifestó como calvinista político. Conforme al sentir de que Dios predestina a los que en su omnipotencia elige para su salvación, es la providencia divina la que hace capaces a las personas, con apariencias honorables y con éxitos económicos. En vida se manifiestan como los elegidos.
Jesús no enseñó eso. Calvino, digno padre de la iglesia, fue un hereje, como lo fue Tertuliano en el inicio del siglo III y la tradición que ha conformado el cristianismo que perduró.
Ahora, la nueva herejía calvinista se propaga en terreno que no le compete, como es la política. Y lo hace con el apoyo de sectores conservadores católicos. Así, la predestinación se asocia a los prejuicios conservadores tradicionales, como ese que tradicionalmente consideró que no había porqué propagar la instrucción entre los habitantes rurales; prejuicio contra el que, en la primera mitad del siglo XX, combatió toda su vida Elizardo Pérez.
Con lo dicho, hay también que hacer justicia. La iglesia católica se especializa en administrar colegios y los puritanos calvinistas, cuando hicieron la revolución inglesa en el siglo XVII, fueron los primeros en proponer que la educación sea pública y gratuita. Así que lo que hay que combatir son los malos postulados.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN