Arriba
Tengo constelaciones propias en mi dormitorio. Cada noche, al apagar la luz brillan a escasa distancia de mi cabeza. Está la constelación del corazón romántico, la de la lágrima de cristal, el cuadrado mágico, la amazona veloz; y la lámpara central que oficia de sol artificial.
No falta una grieta cósmica y una rajadura que un tiempo atrás permitió filtraciones y ahora es un recuerdo de tiempos lluviosos.
Compré autoadhesivos en forma de estrellas con la intensión de formar un cielo estrellado, gracias a la nostalgia que me cercaba el corazón cada que recordaba la otrora noche estrellada cochabambina, amable en resplandor y sonidos de ranas cantoras.
Cada una absorbe la luz proveniente de la lámpara, y cuando oscurece queda brillando hasta que se consume su luz. Velan mis sueños, pesadillas y suspiros.
Pero ante todo me recuerdan al verdadero cielo, al de fuera, que no vemos por distraídos o porque la contaminación nos impide ver más allá del polvo y los gases acumulados.
Ahora que Mamá Natura nos ha dado un “estate quieto” y un enérgico quédate en casa, los cielos se van limpiando y tenemos la oportunidad de mirar hacia arriba. De levantar la cabeza, sacarla de su egocéntrico lugar y al contemplar las noches estrelladas quedamos maravillados por el espectáculo y entendemos que somos un puntito, frágil y banal ante la vastedad.
Saquemos provecho de esta lección de humildad que nos pide la Tierra y, en lugar de recibir más palizas, aprendamos de una vez la lección: somos cohabitantes del planeta, no sus dueños ni domadores convencido de ser la especie más fuerte porque tenemos cerebro y podemos ser los amos de esta gran canica azul.
Que nuestra estancia aquí sea memorable por eso, porque la respetamos. Porque hemos llegado a comprender que las lucecitas en el cielo no son ovnis, sino estrellas y planetas que están ahí, mudos testigos de las tragedias en las que nos metemos por irresponsables y codiciosos.
Y aunque entendamos que 13 años y nueve meses de canchitas no han servido para nada, porque era mejor tener mega hospitales en lugar de estadios deportivos, ahora esa conclusión no sirve.
¿Sabe qué sirve hoy? Que se quede en su casa. Aportando a la educación de sus hijos, ayudando al profe a tener buena comunicación en línea y entendiendo cómo funcionan las plataformas educativas. Y profes hagan lo propio. No tengan miedo a la tecnología. No se limite a lo que sabe. Averigüe, investigue y salga de su zona de confort. Por último, aplauda a los médicos, enfermeras y autoridades, porque ellos están en primera línea en esta batalla contra el coronavirus.
La autora es magíster en comunicación empresarial y periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER