Burro grande, asno chico y coronavirus
Parece el título de una fábula. Una de esas que enseñaban cuando éramos niños, que para muchos de nosotros fue hace tanto tiempo, que hay que aullar cual lobo para expresar cuantos años han pasado.
La fábula es una composición literaria breve, que trata vicios humanos como la arrogancia y la mentira, entre otros. Es género didáctico, dice Helena Beristain. A Esopo, La Fontaine y grandes sabios de la antigüedad, se han unido los hermanos peruanos Ataucuri que, sin mentir sobre “originarios” y “blancoides”, escriben fábulas de mitos, creencias y leyendas de la rica tradición oral de su país: mar y desierto, cordillera y valle, serranía y selva.
Pero este no es un ensayo sobre la fábula. Es el remedo triste de una, que tendría que empezar con frase trillada: “Había una vez un mundo de lelos donde mandaban en sus tierras un burro grande y un burro chico. Uno era arrogante y el otro mentiroso. Entonces llegó un virus mortal de contagio silencioso y muerte rápida. En algún país, tantos morían que ni los enterraban y les dejaban en la calle. Moraleja: no importa cuán grandes o chicos sean los jumentos, el virus castiga a la gente, aunque ensañándose cual víbora que pica y mata a los descalzos”.
El coronavirus es versión actual de pandemia mundial, una epidemia más generalizada para la cual no existen Estados, ni fronteras. La viruela, el sarampión, la fiebre española, la peste negra, etc., muchas han sido erradicadas mediante limpieza pública, o vacunas con que lucran monstruos empresariales, matando a negritos o indiecitos que al cabo son muchos, tal vez piensan los racistas.
La democracia estadounidense no es la del francés Alexis de Tocqueville, que se inclinaba por un gobierno parlamentario y admiraba aquella esclarecida del siglo XVIII. Pero Donald J. Trump no es ningún pato de Walt Disney. Es burro grande de un país que funge como democrático, pese a sesgos que le dieron el trono pese a perder las elecciones por tres millones de votos.
Quizá por su arrogancia, con un sector salud deficiente comparado con una milicia aventurera, no atendió avisos pese a tragedias en otras tierras del mundo y advertencias de sus sabios. Cómo, alardeaba golpeándose el pecho con mohín de boquita de cereza, si tengo el país más rico, la economía más sólida, el ejército más poderoso. La gente se amontonaría en los templos para el Domingo de Pascua, ¡aleluya! Para cuando cambió su soberbia, ya era tarde. Sus muertos excedían a los del país de origen de la pandemia; sus infectados, ni que se diga. ¡Qué le importaba!, él puede encargar análisis las veces que quiera y nunca faltarán respiradores y mascarillas para los suyos. Al aumentar los muertos, hoy se purga alertando de que vienen tiempos crueles.
El asno chico, Evo Morales, era ególatra (¿evólatra?). Mandaba a dedo: ¡para qué licitar! Coincidió su régimen con un raro periodo donde las riquezas del subsuelo y los minerales de los cerros cotizaban a precios altos. Despilfarró millones en canchitas de fútbol con pasto plástico, palacios ostentosos, satélites y aviones millonarios, quizá comprados con “coimisiones” de por medio, claro.
Tal vez creyéndose dios, imitó el milagro de los peces y los panes de Jesucristo. Creó el Servicio Universal de Salud (SUS), de una infraestructura sanitaria ya insuficiente. Con mentiras corruptas, descuidó el pobrísimo sector de la salud del país, donde ya los enfermos se mueren en los pasillos porque cuartos y camas no dan abasto en hospitales de la ciudad, menos los remedios.
En el campo estiran la pata con pases y humos mágicos de yatiris, chamanes y rezadores. En Cochabamba solo había 60 camas para enfermos críticos del Covid-19, clamaba Los Tiempos, un mes después que empezara la pandemia. ¡Imaginen carencias en el eje central, para no hablar del resto de Bolivia!
Cobarde, renunció ni bien asomó la rabia de la gente contra sus abusos. Desde su exilio en jaula de oro, rogaba ayuda de países afines que también soportan pesados infortunios. Sus cocaleros quizá piensan que la coca hecha cocaína y los dólares que significa, les salvarán del mal. A su ex ministro de Economía, versión pobre de súper héroes plásticos de Estados Unidos, le apodaron “Superlucho”. Ahora es candidato a presidente, quizá con un titiritero moviendo los hilos. Emulan a una Argentina más rica, pero también desvalijada por rateros populistas. Hace poco quebró la cola y se prestó 35 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional (FMI) para comprar insumos y controlar la pandemia.
Lo peor es que socapan el mal gobierno, tal vez porque tienen las manos llenas con prorrogarse y detener el coronavirus. ¡Quédate en casa! es lema de los médicos. A menos que el virus te mate con una neumonía fulminante, digo yo.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO