El cambio social y el coronavirus
La musa me despertó a las seis. Clareaba el día y no daba para conciliar el sueño, así que me arrebujé en la cama calentita y eché mano al taco donde escribo ocurrencias. Si no lo hago le servirán a otro cerebro, ya que los pensamientos son también energía que no desaparece, sino revolotean hasta inspirar a otro. Pronto empezarían los golpes a la plancha del portón vecino de los obreritos vende-agua en bidones de “Natureza”, sus blablás ininteligibles de rap, el trajín de sus carros repartidores, y la cháchara al abrir y cerrar la herrumbrosa aldaba, cual si estuvieran pisando coca, renegué para mis adentros. ¿No son vectores de contagio del Coronavirus, viniendo ellos tal vez de barriadas sin guantes ni barbijos?
Cundía el desánimo depresivo en el mundo. Tantos cadáveres; tantos contagiados. En Bolivia, confundía si importaba más la cárcel hogareña o caminar calles con la distancia social sugerida; si pesaban equipos de diagnóstico inexistentes o respiradores en clínicas sin ambientes para cuidados intensivos. En EEUU descubrieron la pólvora con mayor incidencia de contagios entre afroamericanos y “latinos”, ¿era algo debido al atraso obtuso de unos, o la necesidad de ganar centavos en pegas ilegales de otros? En Bolivia, quizá la ignorancia de los sectores pobres. ¡Ah!, pero liberarles es proceso social que tarda años, a menos que no importen millones de muertos, como en China.
El bamboleo nacional entre gobiernos conservadores y progresistas es más complicado. Los unos son despóticos: tienen dinero e influencia en los países poderosos. En los otros, un falso “ahora nos toca” vence a las buenas intenciones: son mentirosos. Tienen un rasgo común: son corruptos.
Esta vez el cambio social no vino de afuera sino de arriba, (¿o de adentro del cuerpo?). Un bichito desatendido por políticos demagógicos y desconocido por científicos: el coronavirus. Aceleraría el cambio social más que las guerras y las “roboluciones”.
Tal vez es bueno ser un país pobre. Falsa ilusión. Si en la primera economía del mundo morían negros y “latinos”, en nuestro país sin previsión morirán los viejos. Y los indígenas, sean “originarios” o indios “de tierras bajas”; de ciudades repletas de migrantes, o de aldeas campesinas sin dispensario, pero con canchita de fútbol.
Pangolín es el bicho que los chinos comieron en Wuhan. Ni lo conocía, yo que soy adicto a programas de animales reconocidos o desconocidos en esta pasmosa Tierra. ¿Era una especie de rata?, ¿de comadreja?, pero seguro deliciosa en salsa soja y aderezada con especies que mejoran el sabor de bocados asiáticos. Fue el origen de una mutación, el nuevo coronavirus que parece una corona real, es contagiosa y dolorosamente letal. Recurre y no es mal de una sola vez. Hacía 108 días que se lo conocía, después que despertara en Italia, saltara a España, luego a Francia. Brincó la gran poza, como apodan al Atlántico Norte y comenzó su geométrico ascenso para contagiar y matar en EEUU.
Lo que es peor, prestaron negligente atención a una plaga, la gripe española, que había llevado a la tumba a tantos millones como advertían los salubristas que asesinaría el coronavirus. ¿Por qué negligente atención? Porque las guerras son un buen negocio para fábricas, y se gana más dinero manufacturando armas que experimentando vacunas. Ni la economía más sólida del mundo había puesto atención a su salud pública y menos, a producir insumos y equipos. Imagínense los países paupérrimos como Bolivia.
Para tal entonces, el mundo lamentaba más de dos millones de contagiados y 156.000 muertos. En EEUU sufrían 780.000 contagiados y más de 40.000 fallecidos en colmatados hospitales con insuficientes equipos e insumos para librar esa batalla. En el país ya había atisbos de la pandemia, aunque todavía no llegó el huracán: 441 contagios y 29 decesos.
Reitero que el cambio social se aceleró. Por fin los políticos hablaban de sistemas de salud universal, de salarios básicos para todos, de la aldea global planetaria. En Bolivia, naranjas. Ni siquiera hacer un hospital del palacio de Evo. Soslayan la educación apropiada, incluyendo a médicos que olvidan su juramento hipocrático: hipócritas que medran en urbes y no auxilian en aldeas. Se apela a regalar bonos a gente muchas veces afecta a lo gratuito. Olvidan que los derechos fundamentales del hombre no subsisten en barrigas hambrientas ni cerebros mal nutridos.
Total, se pueden sembrar nabos en las espaldas de los bolivianos.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO