Sócrates, la primera víctima de la democracia
El año 339 a.C., en Atenas, en una asamblea compuesta por 556 jueces juzgaron y sentenciaron a muerte a uno de los más importantes pensadores de la humanidad: Sócrates.
El filósofo, de poco más de 70 años, amante de la verdad y de las leyes, fue condenado por 281 votos en su contra. Quizás Sócrates habría podido escapar a esa condena a muerte, pero su defensa férrea del respeto a las leyes se lo impidió, porque huir hubiese sido sencillamente inmoral.
Conocemos de Sócrates, por Platón, quien analiza la democracia y desnuda las falencias de un sistema que hasta ahora sigue tropezando con la misma piedra: Platón compara la democracia con un barco, el cual debiera estar dirigido por el más apto que, en ese caso, sería el que tuviese más conocimiento de navegación y mayores virtudes que el resto, sin embargo no siempre sucederá esto, ya que bajo los principios de la democracia, la tripulación bien podrá elegir como capitán al que le parezca más amigo, o más pintoresco, o les ofrezca más beneficios (aun cuando éstas sean mentiras) y, como resultado, el barco se irá a pique.
Usando esta analogía, se puede afirmar que el peor error de la democracia es que solemos elegir capitanes mediocres: nuestros políticos.
Sucede que la fórmula que exitosamente proclama la película Ratatoutille no funciona en política, porque tristemente “no cualquiera puede gobernar”, y eso se extiende a muchas áreas de la gestión pública. Es por este equívoco garrafal que si elegimos a un capitán mediocre y sin conocimiento ni capacidad, éste se rodeará de otros mediocres que vivirán del cuoteo, de la prebenda, de dar pega al que hizo campaña, de poner a dedo al amigo, al compadre o al militante. Por eso tendremos al peor estudiante del curso ejerciendo como alta autoridad, al más corrupto como ejecutivo de nivel, y al más perverso como dirigente.
Gracias a estas actitudes vulgares, la política apesta, hiede a abusos, a negociados, a beneficios particulares, a ineficacia y, por supuesto, a corrupción.
Debo decir, en honor a la verdad, que seguramente no todos los que ejercen la política son de esta misma calaña, pero también es evidente que una inmensa mayoría sí lo son.
Por ello es que si en su momento Sócrates dio la vida por los principios morales en los que creía, actualmente casi ninguno de los políticos que elegimos para dirigirnos lo podría hacer, porque hoy en día, los políticos nos han demostrado que, sean verdes o azules, son la misma vaina.
El autor es escritor, http://ronniepierola.blogspot.com
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