La educación y el retorno a la nueva normalidad
Cuando salgamos de ésta y volvamos a la nueva normalidad ¿la educación volverá a ser como antes? Deseo con todo fervor que no.
Las situaciones de crisis, conflictos bélicos y el aislamiento social como el que experimentamos por el Covid-19 transgreden regularidades provocando transformaciones radicales: la educación no se ha zafado de las medidas asumidas en decenas de países, afectando a aproximadamente al 50% de la población estudiantil mundial.
Los sistemas educativos –unos más aventajados que otros– han tenido que encontrar un plan B para no afectar su calendario académico; Bolivia no es la excepción y si bien desde la máxima autoridad del sector se han dado señales de voluntad y algunas acciones concretas para viabilizar la educación virtual como alternativa, también desde ese mismo ministerio se ha dicho que “el avance virtual y a distancia es eventual, mientras dure la pandemia…”.
Masificar la educación a distancia a través de la virtualidad es una necesidad, lo vemos, está siendo el “salvavidas” para miles de estudiantes de colegios y universidades, instituciones que hacen sus mejores esfuerzos para migrar a las plataformas virtuales y tecnología especializada de la que disponían y/o podían echar mano con cierta prontitud. Sí, porque hay otros cientos de alumnos que a casi dos meses de la pandemia continúan sin haber pasado una clase debido a las limitaciones de conectividad y/o disponibilidad curricular. El Covid-19 ha desnudado las brechas económicas, tecnológicas y de conocimiento que existen en Bolivia, muy a pesar de lo que se nos contó durante la era del evismo: Una Reforma Educativa rimbombante sostenida en un Sistema Educativo Plurinacional (SEP), el Profocom, la entrega de recursos del IDH a universidades públicas, un satélite de comunicaciones y la “nacionalización” de Entel, entre otras medidas costosas y estratégicas; ¿útiles?
Pero la educación no presencial en sus diversas formas –a pesar de ser un avance importante y radical en sí misma– no constituirá la transformación más significativa si es que no trae consigo un cambio incluso más profundo, vinculado a un nuevo modelo educativo y académico; es más, puedo advertir una tragedia mayor si, como resultado se trasladan los mismos métodos de planificación, enseñanza y evaluación de la presencialidad, a la virtualidad.
Será un error si creemos que la virtualidad es el parche o el paño frío que hoy la educación necesita y que, una vez curado el paciente, la vamos a tirar al basurero. Al menos esta gran experiencia nos debe permitir pensar en incluirla como parte de la propuesta curricular, disponiendo de ella para replantearnos la reducción de horas presenciales; el uso de bibliotecas virtuales en procura de una vinculación con el mundo del conocimiento; una mayor incidencia en la autonomía del estudiante; la formación de competencias investigativas en el marco de una verdadera transversalidad curricular de la investigación; y unas formas más dinámicas y vivenciales de enseñar; al menos esto deberíamos poder obtener de la modalidad virtual e incluirlo necesariamente al nuevo modelo educativo que debiéramos ponernos a diseñar lo antes posible. ¿Una fusión estratégica entre presencialidad y virtualidad en todo el SEP? Absolutamente.
La modalidad no presencial no es la panacea de la educación moderna y menos lo será en Bolivia con las limitaciones que se advierten, pero sí es una alternativa que debiera ser política pública, por eso llama la atención que hoy, a fuerza del Covid-19 recién estemos ocupándonos de ella, amén de las posturas trasnochadas de algunos sectores de la enseñanza. Y, por supuesto, esperamos que el gobierno democráticamente elegido vaya a reconsiderar esta necesidad. Nos preocupan las propuestas de los partidos que candidatearon en 2019 porque constatamos que solo tres frentes (MAS, CC y PDC) abordaron tímidamente el tema, mientras que los otros cinco (UCS, MTS, PAN-BOL, FPV y MNR) ni mencionaron el asunto.
La autora es comunicadora social y educadora
Columnas de MÓNICA OLMOS