Aislamiento no es silencio
Cuando miro la calle desde mi ventana y observo que ha ganado en su color natural y sus aromas de tierra y vegetaciones, acompañándose de un cielo azul intenso, limpio, y un silencio que energiza, me cuesta creer que en ese paisaje que ha ganado vida, está ahora rondando la muerte.
Con el coronavirus ha llegado la redención de la naturaleza con paisajes de fantasía, como éste que contemplo batiéndose en las alas de las gaviotas fantásticas, como aquellas de Neruda en los mares de su Isla Negra, surcando aquí y ahora los 3600 metros de las alturas de Chuquiago Marka.
Es en el dinamismo de esta paradoja entre la realidad y la fantasía, entre el miedo y la esperanza, y entre la vida y la muerte, que la llegada del coronavirus ha descentrado nuestros puntos de mirada y de explicación del mundo, y ha cambiado nuestros modos de sorprendernos, nuestras maneras de ilusionarnos, nuestros compromisos individuales con nosotros y colectivos con la sociedad y la naturaleza que nos rodean y, también, las formas cotidianas de expresar nuestros afectos.
El apretón de manos y el abrazo, símbolos culturales tradicionales de manifestación de nuestros encuentros y nuestros afectos, han tenido que ser puestos en cuarentena, porque al Covid-19 ha decidido que nuestras cercanías son su manera intrusa de meterse en nuestras vidas para transformarlas en muerte. Con su presencia destructivamente arrasadora, el nuevo coronavirus nos ha obligado al confinamiento y a guardar distanciamiento social, pero no ha podido condenarnos al silencio, porque para proyectar vida, superando las nostalgias de las sociedades del bullicio, hemos aprendido a reinventar nuestros modos de encuentro y de presencia en la distancia sin ausencia.
Las formas de expresión de nuestros afectos están cambiando. Las conversaciones en voz alta con los vecinos inidentificables de un metro y medio atrás o adelante, en las filas que se forman en las calles con extraños emparentados en la distancia, son diálogos de complicidades que necesitan ser expresados para que sintamos que seguimos caminando una vida que no tiene dibujado su rostro de mañana, o que en realidad ha maquetado la vida de incertidumbre. Hemos encontrado nuevos compañeros de viaje con los que sin exclusiones necesitamos hacernos uno en la distancia, sin distinguir nuestros rostros, sin apreciar nuestros bienes, sin importar nuestros orígenes, identificándonos en los valores de nuestras solidaridades, distantes y cercanos, codo con codo.
Seguramente mañana, cuando haya pasado la pesadilla, volveremos al abrazo para recuperarlo como la significación más representativa de nuestros afectos, pero por ahora nos toca disfrutar de la contundencia de encontrarnos con signos y señales que han ganado en nuevas significaciones y construcciones de sentidos de vida compartida en la distancia. Codo con codo es nuestra actual expresión de complicidad que resignifica el apretón de manos y el abrazo, juntos. Codo con codo no es sólo un signo, es una forma de comunicación, una expresión de voluntades de vida, es manifestación de afectos por lo vivido y por lo que se tiene que seguir viviendo, cuidándonos y construyendo futuro juntos.
Codo con codo es la forma contemporánea de la comunicación, la organización y la movilización individual y colectiva en la lucha universal contra la pandemia, contra el aislamiento en soledad y contra la información que desinforma. Dicho lo mismo a la inversa, codo con codo es la forma contemporánea de encuentro solidario, es la manifestación de compromiso y de resistencia, es la forma de comunicación que en tiempos de paradojas entre el coronavirus que trae muerte y la esperanza que germina vida, libera la palabra en una nueva convivencia en la que nos obligamos a la distancia, pero no al silencio.
El autor es comunicólogo, sociólogo y exsecretario general de la Comunidad Andina de Naciones
Columnas de ADALID CONTRERAS BASPINEIRO