Depresión, indecisión y coronavirus
El 17 de mayo murió Matilda. Tenía 50 años y era un familiar más. Sus apellidos eran Chelonides Donosobarrosi, pero no lo sabía cuando un campesino tocó el portón y la ofreció en venta. Mis niñas se enamoraron de la peta, que es como se las conoce en mi tierra. Era pequeñita y llegó a crecer hasta unos 70 centímetros. La bauticé con la línea de una canción de Harry Belafonte, “Matilda, she took my money and went Venezuela”. Le daba de comer en la boca, a veces reclamándole que no mascase mi dedo. Mi hija menor la adoraba y cuando armaba su carpita en el jardín parecía un Francisco de Asís rodeada de peluches, la perra Chichita, y Matilda.
La mañana siguiente no quería ni levantarme. No podía rememorarla sin que se agolpasen los sollozos. La noche anterior lo presentía, consolándome de que hibernaba con el frio otoñal, y no de vieja. Cuando mi hija mayor avisó que tenía un hilillo de sangre en la boca, sabía que era algo más que su medio siglo de vida. Distraje mi pena bebiendo y Bocelli cantando, mientras enemiga e hija miraban el triste show. La enterraría en casa, tal vez al lado de nuestra perrita Pluta, sin arbolito encima que no daría frutos luego de añadas. “Ya estás viejo para cavar un hoyo profundo”, enrostró mi esposa. Encargamos al guardia de la cuadra que recibió gustoso la generosa propina que adelantó mi hija, prometiendo enterrarla en una playa con la ayuda de sus tres hijos. Ojalá que no sea una de arroyo contaminado de precursores por fabricar cocaína, pensé. Lo doloroso de la muerte es el hoyo que deja a los deudos.
¿A quién le importan mis penas? Bueno, el asunto personal del medio adquiere dimensión de problema social, concepto central de la sociología según C. Wright Mills. Porque no será la letanía diaria de relatores que leen números de curados, infectados y muertos por la pandemia. Tampoco países en que tales cifras decrecieron y aflojan las medidas de prevención. ¡Qué rebrote ni que ocho cuartos! El próximo golpe del virus será la “depre” mundial del encierro que minimiza el contagio.
En Bolivia, falta nomás que carguen la culpa a los chinos, como Trump. El gobierno central insta a la Alcaldía y la Gobernación a que solucionen el entuerto que impide atender enfermos, recoger basura y propicia contagios, advirtiendo una tragedia sanitaria. A su vez, los bloqueadores se mueven por interés político, quizá obedeciendo “dedazo” del exiliado en jaula de oro. Si solucionan el conflicto, vendrá otro en Shinahota o El Alto, hasta que le lleven en hombros a su palacio.
El quid del asunto es la ambivalencia del Gobierno: intenta quedar bien con Dios y con el diablo. Un real Gobierno de transición hubiera dictado estado de sitio y convocado a elecciones, matando dos pájaros de un tiro: prohibir las montoneras, tanto por la medida legal como por la emergencia sanitaria. Una movida popular inicial hubiera sido decretar que el “palacio de Evo” sea un hospital, en vez de acoger ministerios obesos de pegas politiqueras del populismo anterior.
En vez de eso, más de lo mismo. Si antes el pueblo se oponía al prorroguismo mañudo, la nueva Presidente quizá aspira a ser una Evita, ¿Perón o Copa?, candidateando a ser elegida. A tragar sapos otra vez, con agravante de que, si el anterior Gobierno malgastó la plata de todos con un museo ególatra en Orinoca, la buena moza ni anticipó la crisis sanitaria en Trinidad, su pueblo natal que, dicho sea de paso, no es todo el Beni. Hoy, el Ministro de Gobierno duda entre hacer cumplir la ley o permitir la turbamulta.
Dicen que en junio la pandemia llegara a su pico de intensidad en el país. Se notará entonces que las vociferantes y los sembradores de piedras en vías nacionales se trocarán por toque mágico en lloronas y quejones para que les atienda el papá Gobierno. El renunciante seguirá comiendo un bife de chorizo y durmiendo en cama mullida de mansión bonaerense.
Es hora de que los que mandan se pongan los pantalones, digo las botas. Basta del bamboleo entre precaución sobre el coronavirus y el anarquismo del desgobierno de montoneras. ¿Qué incitan unos que ni son de las zonas afectadas? Filmar bloqueos permiten identificarlos. Mándenlos de vacaciones a Puerto Rico, el de plagas no el de playas, como hacía uno que postulan como el mejor mandatario que ha tenido el país.
¿Por qué no hacer un bien del mal del Covid-19, y cambiar la prioridad nacional a la salud de los bolivianos? Claro, definir si es chicha o limonada la situación política del país requiere del apoyo de quienes tienen los fierros: los militares. No sé cuál guerra es peor, si contra la plaga o contra los subversivos. Que sea pato o gallareta, pero si hay que pelear que sea de una buena vez. Para mí, hay que entrenar a las “pititas” y que sea lo que Dios quiera. Muertos habrá de todas maneras.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
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