Bolivia, en el filo de la navaja
Como un déjà vu, me vienen a la memoria varias publicaciones de distintos diarios internacionales que en 2005, durante las revueltas sociales que acabaron con la renuncia de Carlos Mesa a la presidencia, hacían eco de un país fragmentado, quebrado en su estructura social y política y atravesando una más de sus largas etapas de crisis y de desestabilización democrática.
El Handelsblatt, de Düsseldorf, publicaba lo siguiente: “Bolivia está en crisis permanente. Eso, pese a que el país más pobre de Sudamérica es el que más ayuda internacional recibe. (...) Desde el exterior no se puede lograr nada en Bolivia. La única salida consiste en la pronta celebración de elecciones y una simultánea descentralización. Los líderes radicales de las clases más pobres deben asumir responsabilidades a nivel local y nacional para madurar políticamente, aunque con ello continúe, por lo pronto, el derrumbe económico. El presidente Carlos Mesa, que ahora ha presentado su renuncia, era lo mejor que podía ofrecer el bando conservador boliviano, dado que no logró alcanzar un consenso en una sociedad dividida entre pobres y ricos, blancos e indígenas”.
Por su parte, El periódico El Mundo, de Madrid, decía: “El presidente de Bolivia, Carlos Mesa, ha ofrecido por segunda vez su renuncia. Él no se ve en condiciones de poner coto a las protestas y bloqueos callejeros que paralizan al país sin recurrir a las Fuerzas Armadas. Bolivia está en un callejón sin salida. Nadie parece estar en condiciones de manejar el descontento de la población sin utilizar la violencia. Existe el peligro de que la mafia de la droga aproveche el vacío de poder y tome el control del Estado. Bolivia es el tercer mayor productor de cocaína del mundo”.
El País, de Madrid, publicaba: “La renuncia de Mesa no va a hacer gobernable Bolivia, sumida en una gravísima espiral de degradación política. El más pobre de los países suramericanos ha llegado a un grado extremo de crispación y las decisiones de gobierno se adoptan mucho más en función de presiones callejeras que a impulsos de un mínimo de racionalidad.
La trayectoria histórica de Bolivia se encarga de recordarnos a diario que este es un país irresuelto en su estructura social, política y cultural. Hay, en su esencia, todavía abigarrada, el constante tic tac de una bomba de tiempo que explota en las manos de todos los bolivianos. Esa es su tragedia y su inexplicable razón por la que una y otra vez la ingobernabilidad se viste de subversión y de conspiración. En Bolivia, la democracia, como forma de convivencia elemental, más o menos armónica entre sus ciudadanos, no se la entiende ni se la asimila. Hay una ignorancia bestial en el modo de entender que las libertades de uno terminan cuando comienzan las del otro. En Bolivia, la democracia es un comodín de oportunidades para pillos que sojuzgan, roban, corrompen, denigran, agreden y complotan. A la democracia se la ha travestido, se la ha manoseado, se la ha convertido en la amante de los gobernantes y de su séquito. En Bolivia, decía Paz Estenssoro: pasa todo, pero no pasa nada.
Bolivia es un país en constante trance. Se manifiesta como un gigantesco signo de interrogación. Todo parece eventual, temporal, postizo, forzado. Y así como viene, también debe ser derrocado, destruido, hecho trizas, por una suerte de ignorancia democrática o por un destino de Thanatos.
En esta Bolivia conviven ciudadanos de distintas razas y lenguas, tienen raíces históricas diversas, diametralmente opuestas unas a otras. Hay universos sociales en constante disputa: prehistóricos, contemporáneos, progresistas, renovadores, demócratas, desplazados, humillados y ofendidos. Bolivia, siempre en el filo de la navaja, su clase política jamás pudo cohesionarse como un universo social en función del bien colectivo. Su historia política y social está atornillada a los sectarismos, a la miseria humana, a las mezquindades, a un afán casi genético de joder al otro. La historia de Bolivia es la del individuo en constante búsqueda de su filiación identitaria, casi siempre desde su origen social traumático, colonial y exponiendo un sentimiento de rebeldía e insatisfacción constantes. Culpando al otro de todas sus desgracias, de su sojuzgamiento, de su pasado, presente y futuro. Pero también pervive un afán autodestructivo. Acabar con todo, una y otra vez y no avanzar, para que todo quede como siempre o, cuando menos, comience todo de nueva cuenta. El país de Sísifo es también el de ese individuo que defiende a diario su gusto por su autodestrucción, es un masoquismo que corre por sus venas y su historia y que, por mucho, está representada en forma de subversión”.
Los 14 años de caciquismo evista en Bolivia han servido para reivindicar los conceptos de marras. El daño que le hizo el huido a la institucionalidad democrática y a los valores morales de muchos ciudadanos se ve reflejado en este tiempo tan propicio para complotar, desestabilizar y jurar lealtad al que les enseñó a obedecer sin chistar, al que daba mucho si se acataban sus órdenes y quitaba todo si no se cumplían sus disposiciones.
Para el MAS, esta es la tormenta perfecta para seguir destruyendo lo que jamás construyó al pie de la transparencia y la legalidad. Azotada por una pandemia, Bolivia requiere urgentemente un respirador antiposevismo, que se ha transformado de la noche a la mañana en una omnipresencia. La intención es clara y canalla: desestabilizar y desgastar, no a una presidencia transitoria, sino a un país que no para cabeza, ni vislumbra un futuro claro. Cualquiera que fuere el gobierno de turno, el MAS lo desestabilizará, lo diezmará, lo destruirá, porque sencillamente la idea central es que el fugado recupere su trono de mandamás y los que lo veneran, y todavía hacen el trabajo sucio, sigan engordando su mediocridad y sus bolsillos sin fondo. Evo Morales institucionalizó el desorden y el mercado persa como una forma de gobierno.
Esta coyuntura transitoria tiene obligaciones y responsabilidades claras, democráticas e ineludibles. Mientras no logre cercenar los tentáculos todavía vivos del masismo, será imposible reconstruir un país futuro. Los últimos hechos de corrupción tienen marca y sello, hay que desvelarlos, esclarecerlos y encarcelar a los culpables. La presidenta Áñez tiene la obligación de responder con firmeza y transparencia ante los recientes acontecimiento que, sin duda, son evidentes y cuestionables. Sin duda, debe rendir cuentas a todos los bolivianos que aún creemos en una Bolivia transparente y de derecho.
Pese a todo, aún sigo convencido de que sin Evo Morales y sus operadores políticos del MAS y ramas afines, siempre será posible pensar en una Bolivia mucho más libre, democrática y viable.
En Bolivia pasa todo, pero lo que no puede pasar nunca más es el retorno del Morales al gobierno.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.