Entre cifras, historias y dolor
Cada día vemos las cifras que aumentan. Autoridades de todos los departamentos salen a decir listas de datos como si se tratasen de objetos sin valor, sin vida y sin historia. Siempre pensé que cuando algo supera los 10 se pierde el sentido de la vida.
Sucede con los feminicidios. Cada año comienza un nuevo conteo y, siempre, se da mucho despliegue a ese primer caso registrado. Se cuenta su historia y todos se indignan, pasa el segundo y la situación es relativamente similar. Cuando se suma la quinta mujer asesinada, de pronto ya comienza a ser un simple conteo. Al superar las 10, esa historia detrás ya carece de sentido y las muertes de las mujeres se normalizan.
Con el coronavirus pasa lo mismo. La primera persona fue seguida por Bolivia, todos sabemos cómo llegó, de dónde, qué hizo, con quién se vio, quiénes trataron de impedir que tenga atención médica y demás. Pero ahora son miles, y todo ese conjunto de personas se convirtió en sólo una cifra. La situación es más dramática con los fallecidos.
¿Usted sabe el dolor que representa perder a un ser amado? Seguro que sí, la mayoría hemos pasado por eso. Y entre ayer y hoy hay por lo menos un veintena de familias llorando en el país, porque ese hermano, amigo, madre, hija o esposa ya no estarán con ellos. Para el resto, es sólo un número.
Qué fríos son los números por sí solos. Sin mucho que decir más allá de lo matemático. Pero detrás hay personas que luchan por sus vidas. Algunos se habrán sorprendido del diagnóstico, pues no presentaban síntomas. Otros esperan los resultados con ansias durante más de una semana, porque los laboratorios ya no dan abasto y tienen trabajo retrasado. Y hay también aquellos que se debaten entre la vida y la muerte, conectados a máquinas que hoy parecen de oro, porque hay pocas.
Como periodista, quiero contar esas historias que hay en los números; que la gente sepa que detrás de algunos enfermos hay alguien preocupado dando su vida por cuidarlos, pero es muy difícil. La gente tiene miedo de decir lo que les pasó, porque se ven discriminados, violentados y rechazados por una sociedad egoísta.
Hasta el momento, hablé como con unas siete personas entre recuperados y otros con coronavirus. Me atrevo a decir que ni siquiera sé sus nombres, no me los quisieron decir. Algunos se explayaron y contaron todo su drama, sus voces se quebraban mientras hablaban y muchos hacían que tome un trago amargo de café para que pasen esas lágrimas atoradas en mi garganta.
Historias dolorosas de jovencitos abandonados a su suerte, porque el coronavirus se unió a otras enfermedades de base que no los dejaban vivir en paz y ahora sus vidas penden de un hilo. Madres angustiadas que hacían todo lo posible para ver mejoras en sus hijos, pero no hay tratamiento.
Personas con sentimientos, metas e ilusiones detrás de esas cifras frías. Y, al finalizar la charla me decían: “pero invéntate un nombre por favor”. Es obvio el motivo. Algunos se desahogaban contando la discriminación a la que se enfrentan. Terrible atravesar la enfermedad como si hubieran cometido un delito.
Mucha gente espera que los Sedes revelen los mapas de cada municipio, con las zonas donde hay casos confirmados de Covid-19. Yo pregunto ¿para qué? Vi uno de esos mapas y el coronavirus está en todo lado. No necesitan tenerlo en su puerta para que deban cuidarse.
Señores, cuídense, hagan caso a las recomendaciones. Tomen distancia, usen barbijo, lávense las manos, eviten aglomeraciones. Nadie quiere ser una cifra más, nadie quiere pasar por este mundo para convertirse en un número frío. Y si venció la enfermedad, no espere que le pidan donar su plasma, hágalo. El Estado pagó desde su prueba hasta los medicamentos, devuelva con un poco de su sangre lo que se hizo por usted.
La autora es periodista
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES