Síntomas del virus de la corona
Al amanecer de aquel 13 de junio, Juan Carlos se sentía ya muy mal, acompañado de su esposa recorrió las calles de la ciudad acudiendo a varios hospitales, pero todos estaban llenos. Le remitían de un lado a otro, no aguantó y en plena calle, en el centro de la ciudad, Juan Carlos se desmoronó y murió.
Tardaron algunas horas en recoger el cadáver, y más en hacerle el test del Covid-19. Sus familiares, apesadumbrados por toda la tragedia que estaban viviendo, se dirigieron al Cementerio General, donde el área de cremación también estaba llena, los cadáveres esperaban su turno para la incineración. La familia de Juan Carlos aguarda, además los resultados de la prueba de diagnóstico correspondiente, pero éstos demoran.
Este periplo vivido por Juan Carlos y su familia, no es un cuento macabro, es la cruda la tragedia que están viviendo muchas familias bolivianas. Cada día, por los medios de comunicación, se da el reporte oficial del avance de la pandemia en el país, que consiste en leer solo cifras frías del número de contagiados, de decesos y de recuperados.
¿Podemos solo imaginarnos que detrás de cada número, hay una odisea que cada persona contagiada está atravesando en pos de una prueba de diagnóstico, de conseguir medicamentos, de una cama de internación, de un respirador o de plasma inmune?
Para que estemos viviendo cuadros tan sombríos y luctuosos, arriba, en Palacio, existe un “virus” mucho más peligroso, que suele apoderarse de las autoridades. Es un virus latente con el que convivimos y que circunda especialmente los ámbitos políticos, se lo conoce como el “virus de la Corona”. Los afectados por el mismo sienten uno de los síntomas principales, la extrema necesidad de aferrarse con uñas y dientes a la silla del poder. Sobrepasan Constituciones, alegan que quedarse en la silla es un derecho humano, mienten respecto a no tener pretensiones políticas y, en la primera oportunidad, candidatean y mezclan roles, postergan elecciones con el único objetivo de prorrogarse. En otros casos, montan un show de circo presentando la renuncia a su cargo y luego se echan atrás.
Existe una descoordinación entre las autoridades si es que éstas pertenecen a bandos contrarios. Y en el caso de ser un Gobierno transitorio, con el único mandato de llamar a elecciones, los síntomas se agravan, cierran ministerios, embajadas, aprueban decretos estructurales, sin ninguna pretensión de soltar la Corona. Es un virus agresivo, afecta principalmente el alma y quienes lo padecen ni lo notan.
Es tan peligroso y contagioso que, en una fase más avanzada, los efectos de la infección por ese virus contemplan más síntomas, como el uso indebido, y abuso, de bienes públicos de los que disponen igual que si fueran pertenencias personales. Si se les cuestiona, el descargo suele ser que quien antes detentaba la Corona lo hizo peor. O sea, al parecer es una práctica tan asumida, que no hay ni sonrojo en el abuso de los bienes que pertenecen al pueblo boliviano.
El nepotismo y la corrupción son otros indicios de haber contraído la enfermedad, pues no importa el tiempo que se tenga la Corona, el Estado es un botín y hay que aprovecharse de él, soslayando la emergencia sanitaria. Otro síntoma que muestra cuán infame es el virus tiene que ver con que provoca, en las personas infectadas, la obsesión por la persecución y el encarcelamiento de los disidentes u opositores, violando incluso los derechos humanos. Con artimañas leguleyescas se arman procesos que los asfixian, con el fin de encarcelarlos. Así sucedió antes, con Franclin Gutiérrez, Sergio Pampa, Félix Becerra, José Bakovic, y muchos otros, y hoy acontece con Patricia Hermosa, Carlos Romero y Mauricio Jara, para dar algunos ejemplos. Al parecer, empecinarse en tener la Corona enceguece a tal grado que la garantía que debiese dar el Estado de derecho a sus ciudadanos se desvanece.
Lastimosamente, aún no se ha hallado una vacuna eficaz contra el virus de la Corona que ha desnudado la vacuidad de la clase política a la que poco le importan los problemas reales de los seres humanos, lo hemos visto de manera horrorosa, en el caso de Juan Carlos a quien la Parca le alcanzó en una de las calles de Cochabamba.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ