La democracia semiparlamentaria en Bolivia
El 3 de julio de 1966 se realizaron elecciones nacionales en Bolivia. No habían pasado dos años desde que el René Barrientos, vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro, pusiera fin a su prorrogado mandato. Proscritos Paz Estenssoro y Siles Zuazo, Barrientos obtuvo más del 66% de los votos y amplias mayorías en las Cámaras de Senadores y Diputados.
El Congreso elegido entonces tenía un doble mandato: elaborar una nueva Constitución en su primer año, y las tareas normales de legislar y fiscalizar. Cumplió. En 1967 Barrientos promulgó una nueva Constitución.
Aunque en el Congreso de entonces se encontraban personalidades de mucha experiencia y prestigio, el borrador de base de la nueva Constitución fue obra de Ciro Félix Trigo, el más respetado constitucionalista de la época. Para muchos estudiosos, eso explica que dicha Constitución fuera muy coherente y precisa.
Un aspecto clave de la misma se hizo evidente 12 años después, en 1979. Anuladas las fraudulentas elecciones de 1978, el país se encontró con que había elegido Congreso, pero no presidente, puesto que ninguno de los candidatos alcanzó la mayoría absoluta en las urnas. Correspondía al Congreso elegir entre los tres con mayor votación: Siles Zuazo, Paz Estenssoro y Bánzer Suárez. En la primera vuelta realizada en el Congreso quedó excluido Bánzer y se produjo lo que entonces se llamó el “empantanamiento”.
En varias votaciones los congresistas se negaron a concertar y votaron por sus propios candidatos. Ninguno alcanzaba la mayoría del total. Entonces se hizo notar que los votos por otros candidatos que no fueran los dos primeros eran inválidos, por lo que la presidencia le correspondía a Paz Estenssoro, que tenía más parlamentarios, aunque salió segundo en el voto popular. Dicen que él se negó, dando luz verde a la elección provisional de Wálter Guevara Arze, presidente del Senado.
Cuando se produjo el golpe militar presidido por Alberto Natusch, se designó a Lydia Guéiler, que era presidenta de los Diputados, y no a Leónidas Sánchez que era titular de la Cámara de Senadores. Se adujo que Guevara estaba a cargo de la presidencia en su condición de Presidente del Senado, pero tal figura no estaba contemplada en la Constitución. Guevara no podía considerarse interino pues no había titular en el Ejecutivo.
En todo caso, la decisión estuvo, nuevamente, en el Congreso.
En 1980 se realizaron elecciones, pero el golpe de García Meza postergó la posesión del Congreso hasta octubre de 1982. Ese Congreso eligió a Siles Zuazo, que había obtenido la mayoría, pero sin alcanzar los votos suficientes para su elección directa.
En las elecciones de 1985 ningún candidato alcanzó la mayoría absoluta por lo que el Congreso volvió a actuar como colegio electoral. Los partidos concertaron y pactaron, dando la presidencia al segundo, Paz Estenssoro, pese a que Bánzer había logrado la mayor votación popular. Este no solamente aceptó el resultado, validando el procedimiento constitucional, sino que después formó mayoría legislativa con la bancada de Paz.
En 1989 sucedió algo parecido. Se formó en el Congreso una mayoría que eligió a Paz Zamora, tercero en una votación ganada por Sánchez de Lozada. Nuevamente, se impuso el pacto. Goni volvió a ganar en 1993 logrando esta vez armar una mayoría congresal suficiente dialogando con el MBL y otros partidos.
La Constitución funcionaba y Bolivia se había convertido en un país semi parlamentario. Cuando la votación no alcanzaba para elegir al presidente, lo hacía el Congreso, lo que aseguraba la concertación, el diálogo y una cierta armonía entre Legislativo y Ejecutivo.
Pero aquí surgió la falaz idea de que “el pueblo vota, pero no elige”, una verdadera semilla populista. Porque lo cierto era que el pueblo votaba y elegía parlamentarios, y también candidatos a la presidencia, cuando ninguno lograba convencer a la mayoría absoluta. De ese modo también se imponía la concertación y el diálogo.
En vez de respetar la Constitución, se buscó recoger la supuesta demanda popular y se introdujo un cambio en la Constitución, para excluir al tercero de la segunda vuelta Congresal. Parecía un buen paso, pero fue en falso: al reducir las opciones de concertación, la debilitó. En 1997, el sentimiento antioficialista dio la presidencia a Bánzer casi sin que mediara concertación alguna. A tal punto, que inmediatamente después de ser posesionado convocó a un diálogo nacional para recibir la orientación que no obtuvo del Congreso. En 2002, el Congreso actuó nuevamente y por octava vez consecutiva como Colegio Electoral, dando por la presidencia a Sánchez de Lozada, ganador por estrecho margen.
Desde aquella idea ya instalada en la gente de que “el pueblo vota, pero no elige” hasta la campaña que llevaron a cabo los propios partidos en contra de los pactos (sobre todo cuando perdían en ellos), el modelo semiparlamentario se fue debilitando hasta que el electorado se convenció de que concentrando el voto se resolverían los problemas de inestabilidad y representación. En 2005 ganó Evo Morales con la bandera del cambio constitucional, el retorno al estatismo y la restauración de los orígenes indígenas. Los 15 años transcurridos desde entonces no han sido una buena experiencia. La concentración del poder debilitó las instituciones y el imperio de la ley, y el espejismo de la participación electoral ocultó el debilitamiento de la democracia.
Valga esta rememoración para resaltar la experiencia semiparlamentaria que nos permitió la Constitución de 1967 y recuperar sus enseñanzas. Tal vez eso nos anime a dar un salto más audaz y necesario en una próxima reforma política y avancemos hacia una democracia parlamentaria plena, que garantice la división de poderes y el sometimiento del Ejecutivo a la ley, a partir de una representación política más apropiada y fundada en partidos bien organizados y con fuerza ideológica.
El autor es investigador del Ceres
Columnas de ROBERTO LASERNA