La educación y la familia en tiempos de coronavirus
Vamos por el cuarto mes de cuarentena a causa del coronavirus, las informaciones nacionales e internacionales muestran el avance de la Covid-19, la enfermedad que provoca. En todas las latitudes del globo terráqueo, alarmaron las estadísticas: en Italia, España, Alemania y ahora lo hacen en Suramérica: Brasil, Perú, Chile, Argentina, Bolivia.
Pero, ¿qué pasa con nuestro país? ¿Qué factores comportamentales influyen o influirían en la propagación del virus? ¿Las medidas o normas emitidas son acertadas y pertinentes? ¿Por qué en las redes sociales emergen pensamientos y sentimientos burlescos sobre esta enfermedad? ¿Que hay detrás de estas actitudes? ¿Estaba nuestra gente, nuestros conciudadanos preparados para una “cuarentena dinámica” o “cuarentena rígida”? ¿Cómo la educación, los principios, valores familiares y sociales influyen en la actitud frente a esta pandemia?
Más allá de prejuzgar el comportamiento o desatino de las personalidades en nuestro país, tanto en el oriente como en el occidente, lo que cabe es comprender la perspectiva de pensamiento que conlleva estas actitudes. En una primera aproximación al tema, podríamos afirmar que el “sujeto boliviano” tiene un pensamiento concreto y no abstracto.
Esto quiere decir, que la aprehensión de la realidad no ocurre, digamos desde un carácter preminentemente deductivo o inductivo para comprender la realidad y/o los sucesos que va pasando en el contexto.
Una segunda aproximación a la comprensión de este pensamiento y actitud es acudir cabalmente a la sabiduría de nuestras culturas ancestrales, según las mismas, la aparición de este tipo de epidemias ocurre de acuerdo con un determinado ciclo. Esa sucesión, relacionada con el ciclo agrícola y el Pacha ocurre exactamente con el “Pachacuti”, según esta cosmovisión.
Los sabios de las culturas ancestrales afirman y dan indicios de comprensión de este tipo de pandemias, indicando que ocurrirían como parte del desemboque del macrocosmos tal como pasó en otros tiempos. En el inconsciente colectivo estos males no son eternos ni totalmente agresivos, sino que forman parte de un ciclo y así como tuvo su inicio tendrá su fin y fluirá de la manera más natural. Quizás sea esta una de las razones por las que nuestra gente, sobre todo en el altiplano, no cree en la existencia del coronavirus.
En una tercera aproximación, podríamos atribuir estos hechos comportamentales a la brecha generacional y la manera que tienen los jóvenes de ver y sentir sobre estos problemas –de carácter colectivo y biopolítico– como excluyentes de su posicionamiento social, por lo que es natural que estos muestren su rebeldía y osadía, como ocurrió con los sucesos de octubre de 2019, tanto para los de inclinación izquierdista como para los derechistas.
Un último intento de comprender estas actitudes es atribuible al manejo tecnológico que los jóvenes tienen a su alcance los jóvenes, los cuales van creando, en las redes sociales, muestras de éxtasis frente a la realidad cambiante y violenta que vive el mundo; por una parte, como signo de la configuración de una identidad globalizada y, por otra, la postura –al menos en ideas– de una forma más humana de solucionar los problemas.
La muestras de aproximación a la comprensión de esta forma de comportamiento y pensamiento, no cabe solo llamadas de atención de carácter legal, ético, político, familiar, social o cultural, sino –ante todo– una mirada global donde, sin duda, podemos constatar en el día a día de la cuarentena, que estamos frente una generación de jóvenes y sectores sociales que van asimilando ideas, pensamientos, instituciones, posturas donde la educación y los centros educativos van quedando al desnudo por su falencia e impertinencia, pero también la familia va quedando desnuda por la tarea o responsabilidad que esta debería ejercer en la formación de las nuevas generaciones.
Asimismo, vamos experimentando y viviendo situaciones concretas que muestra cómo, en materia de salud y política en este mundo “transmoderno” “liquido” “globalizado” la vida pende de un hilo, que la verdadera jerarquía de valores no es precisamente la priorización por lo material, económico, tecnológico, el trabajo, etc. si se quiere revalorizar las dimensiones de la persona.
Es decir, de alguna manera habíamos olvidado el carácter humano y trascendental de la vida, la familia, los amigos, los valores del respeto, el cuidado y otros. Con esto aludimos al carácter espiritual que debería vivir toda persona, lo que no es lo mismo que la religión.
En otras palabras, la primacía del mercado, el consumismo, lo material, el capital, la ciencia, el trabajo y el poder político quedaron minusvalorados frente al valor de la vida y del cosmos, de ahí que en estos tiempos de cuarentena, es totalmente valido el cuestionamiento y posicionamiento social frente a cualquier avasallamiento negación de la existencia, social, política, económica, cultural, artística, etc.
Dios quiera que encontremos sano juicio y equilibrio emocional frente a tanta irresponsabilidad, tanto de nuestras autoridades con su manoseo político e irresponsabilidad social y del bien común, así como la incongruencia de compromiso de cada uno con nuestras familias.
El autor es docente, teólogo y filósofo
Columnas de ADRIÁN QUISPE