Los kharisiris: entre el mito y la realidad

Columna
BITÁCORA DEL BÚHO
Publicado el 09/07/2020

La metáfora es cabal. Entre el kharisiri ancestral de leyenda y los desgraciadamente reales y contemporáneos hay una simbiosis sociocultural evidente. El primero es un personaje mítico de los andes que, aprovechando la oscuridad, la ocasión y el descuido del infortunado, ataca silenciosamente con la finalidad de sacarle la grasa del cuerpo.

Utilizando una pequeña campanilla, sume a su víctima en un profundo sueño para consolidar su fechoría.

Dicen que prefiere a los caminantes solitarios, a esos que, embriagados por el alcohol, van rumbo a sus aposentos. Los más pesimistas afirman que si el desafortunado quedó vivo y maltrecho después de la extracción del tejido adiposo, pronto morirá.

El kharisiri no tiene un rostro descriptivo, parece ser un personaje oscuro, (¿religioso?) silencioso, letal. Asecha a sus víctimas a distancia y, sin piedad, se entrega entero a extraerles su grasa y su sangre.

Los segundos, en plural, no son míticos ni puramente andinos. Son reales y su campo de acción es geográficamente ilimitado. Están distribuidos indiscriminadamente y no seleccionan a sus víctimas.

Son sigilosos, embusteros y tienen el don de embaucar sacando sus mejores grasas: demagogia, mentira, corrupción, delincuencia, subversión. En Bolivia ya nada es irreal ni aparente. Hay una miserable forma de resolver las cosas por la vía categórica del fraude y la traición.

Si los 14 años de “kharisirismo” masista sirvieron para institucionalizar la pillería y otras prácticas, esta coyuntura, con pandemia por delante, está sirviendo para ‘reivindicar’ lo que el fugado Morales y su elite de poder sembraron. Hay pues, una estandarización de los valores sociales y políticos que Evo allanó. Y es lógico pensar que, después de 14 años de un gobierno corrupto, se siga pensando que siempre se puede robar a espaldas del pueblo, de frente y de perfil. Ese es el gran error que cometió el actual Gobierno transitorio, no haber delimitado con autoridad, firmeza y con la ley en la mano, el terreno masista del que se pretendía reconstruir: depurado y casi didáctico que indicase el a, b, c de la ética, la moral, la transparencia y la democracia. Se confundieron con los otros. Ahora, los kharisiris menudean y se unen a las filas azules.

Más que el evismo, el masismo, parece estar omnipresente, pero no como estructura política, sino como un movimiento social subversivo que se encarga de romperlo todo, corromperlo todo, destruirlo todo. El Gobierno transitorio está perdiendo su pequeña brújula. Está siendo preso de un sistema que funcionó y operó en la oscuridad y a la sombra de lo ilegal. Eso es lo que violenta a los kharisiris de antes y de ahora: haber robado sin medida ni clemencia, avalados por un jefazo que lo resolvía todo por la vía de la impunidad y que ahora se ven desprovistos de esa “legitimidad” que irradiaba su tristemente célebre frase: “Yo le meto nomás”.

Esa es la sensación de un antes y un después de los 14 años: el antes, se decantaba como una estructura económica y social flotante de la que todos parecían beneficiarse y extraer sus excelentes grasas. El después, no pudo brindar ningún tipo de afianzamiento renovador, tampoco lo hará. ¡Esta coyuntura ya se agotó!

La propuesta enclenque de este Gobierno transitorio no creó pesos ni contrapesos para el escrutinio de la transparencia, la justicia y la reivindicación institucional democrática. Ahora es su pasión y su derrota.

La bomba de tiempo que dejó activada el nuevo residente bonaerense aún suena amenazante, y sus huestes piden a gritos su pronto retorno para desactivarla.

Desorden, caos, inoperancia, ineficacia, indefensión de los ciudadanos, salud pública deficiente, subversión, injustica social, corrupción todo unido a un cordón umbilical que aún parece estar liado al Gobierno del fugado. Eso es lo más preocupante, no haber establecido una administración firme y contundente que hiciera frente a la maquinaria asquerosa del posevismo.

En plena pandemia, con un sistema de salud pública colapsado y sin un atisbo de solución a varios frentes de conflicto, es el caldo de cultivo perfecto para nutrir a los kharisiris políticos, extorsionadores y corruptos.

En Cochabamba ya nada es tragedia, todo es una constante afrenta. Esta ciudad está largada de la mano de sus autoridades, desde hace mucho. Hay un vacío y una mediocridad bestial. La Gobernadora y el Alcalde unen esfuerzos para demostrar quién es más ineficiente.

¿Tierra de nadie? ¡No! tierra de los kharisiris que sacan provecho en medio de la oscuridad. Como los “autoconvocados” de K’ara K’ara. Una suerte de banda Mad Max criolla que utiliza la extorsión y la amenaza para conseguir lo que buscan. K’ara K’ara es el gran ejemplo para demostrar que en esta ciudad hay un vacío de autoridad, pero también para examinar un complejo sistema social latente que siempre será un presupuesto tenebroso, conflictos irresueltos y una gigantesca cola de paja pegada al culo de sus autoridades.

Hoy es K’ara K’ara, mañana serán los comerciantes, los trasportistas y así, hasta que esta ciudad esté siempre a merced de sus captores. Cochabamba está tomada por mafias que someten a una constante amenaza y expolio a la legalidad, a la transparencia, al avance.

¿Esta ciudad es distópica?

Muertos por Covid-19 en sus calles y una desolación brutal. Su cementerio colapsado, cadáveres en domicilios, velorios en las calles, montañas de basura, agresiones, destrozos, complot, subversión, inseguridad ciudadana, negociados. Transan con la delincuencia y sepultan la dignidad y la necesidad de sus ciudadanos.

Tiene kharisiris diurnos, con nombres y apellidos, son personajes tenebrosos, oscuros, demagogos, diestros y siniestros, silenciosos y letales. Trafican con la desgracia y el dolor. No son míticos, son reales. La metáfora es cabal.

Esta ciudad sin leyes, pero con Leyes y Gobernación como la definición más exacta del descaro y la inoperancia, va hundiendo su esperanza y su progreso cada vez más hondo.

¿Esta ciudad es distópica? ¡No! Es brutalmente real y no tiene un destino.

 

El autor es comunicador social

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