La París de América
Alguna vez, Buenos Aires tuvo a bien ser conocida como la “París de América” y, aunque lo fue con justeza, de eso parece haber transcurrido ya mucho tiempo. Actualmente, en casi todos los ámbitos de la lucha política porteña, al debatir la crisis sin fin que atraviesa su país, acaban por auto preguntarse: ¿en qué momento comenzó a joderse la Argentina? Las respuestas, por su puesto, son muy heterogéneas entre las diversas fuerzas.
Aun así, y desde mi percepción, diría que las respuestas tienden a concentrarse en dos tendencias: la de quienes atribuyen la debacle al ascenso de Domingo Perón al gobierno, en 1946; y la de quienes atribuyen el punto de inflexión entre el país económicamente próspero y con un promisorio e íntegro desarrollo humano en perspectiva, y el otro país, el actual, con un futuro poblado de incertidumbres y no menos ribetes sombríos, a la sucesión de gobiernos militares y de facto, en alternancia con democráticos, que la propia caída de Perón habría inaugurado en 1955.
De ese modo, cabe destacar a la dictadura de Onganía (1966-1970) y su malamente memorable “noche de los bastones largos” de julio de 1966 y a tan sólo un mes de su captura del poder y, sobre todo, a la irrupción de la última dictadura militar el 24 de marzo de 1976.
Concuerdo con el segundo grupo. La última dictadura militar, comandada por los generales Videla, Massera y Agosti, no sólo cometió violaciones a los derechos humanos, sin precedentes en América y dignos de mención entre los mayores horrores del siglo XX. Bastaba “desviarse” tan sólo un poco de la conducta política normal para caer en las manos de la represión paramilitar como sospechoso de “surdo terrorista” y sufrir inenarrables torturas, y muchas veces, el asesinato con la posterior desaparición de tus restos.
Además de aquellos horrores, nuevamente, inenarrables, dicha dictadura terminó desbaratando a la economía argentina mediante una moneda sobrevaluada, la famosa época de la “plata dulce” apuntando a contentar al pueblo; como también, destruyendo el notable sistema meritocrático para la asignación de cargos públicos del que Argentina podía presumir hasta entonces.
Acaso, como pálidos reflejos del bello esplendor de la “París de América”, a muchos politólogos mediáticos de nuestro país, se las ha dado por preguntarse últimamente ¿cuándo el “proceso de cambio” empezó a arruinarse? No comparto la extrapolación de esa pregunta, tan actual y típica de la política argentina, a nuestro medio. Aunque no sin abundantes aires de familia, el proceso histórico de nuestra formación social, deviene muy distinta.
No obstante, y omitiendo análisis comparados, sin duda la extrapolación de la pregunta, trasluce el creciente deterioro de las cualidades y capacidades de nuestra clase política para conducirnos hacia un porvenir más alegre. No quisiera arriesgarme a establecer un punto de origen para ese deterioro, pero, sin duda alguna, el “proceso de cambio” no lo ha revertido ni mejorado.
Uno no puede más que revolcarse en la impotencia observando, cómo ante la necesidad de racionalizar el gasto público en medio de la pandemia, nuestro Gobierno transitorio decide sin remilgos encajarle la cuchillada del recorte a la cultura, afectando sobre todo a la Unidad de Arqueología y Museos y el Museo Nacional de Arqueología…y mientras tanto, el MAS, ¡alentando el bloqueo del acceso a K’ara K’ara en Cochabamba!
Hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que Cochabamba producía políticos. Y no me refiero meramente al oficio, sino a la acepción más sublime del término, es decir, estadistas. Hoy tenemos a Leyes ¿Qué hacer?
El autor es economista, llamadecristal@hotmail.com
Columnas de JUAN JOSÉ ANAYA GIORGIS