4 de Julio en tempo de coronavirus
Disculpen mi lúgubre ironía, pero si me preguntaran el tempo, o velocidad en que debe ejecutarse la pieza musical de la pandemia del coronavirus, diría que en adagio doloroso. Ilustra la lentitud, nada de majestuosa, por cierto, salvo para figurar cuán inermes somos las gentes frente a un pinche virus pone de rodillas a la humanidad.
Sí, a los humanos que presumen del primer hombre en la Luna y de colonizar Marte. Sí, a los ególatras que pavonean ser la primera potencia mundial, a los que pilló en calzoncillos en su infraestructura sanitaria. Sí, a los demagogos que postergaron la salud por satélites sobrevaluados y museos costosos donde el diablo perdió el poncho.
Estados Unidos y Bolivia, crin y cola del mundo, son países escindidos.
La celebración del 4 de Julio, uno de los grandes fastos de la primera economía mundial, lo demostró en los 35 minutos de fuegos artificiales con que su ególatra mandatario conmemoró la ocasión, luego de una megalómana ceremonia en el parque Rushmore, (¿qué hace Theodore Roosevelt allí, a menos que sea heroico vapulear a la anciana España?). Una vez más continuó con el tono divisivo de su país. ¡Treinta y cinco minutos del “and the rocket’s red glare, the bombs bursting in air” (verso del himno de EEU que significa “Y el rojo fulgor de cohetes, las bombas estallando en el aire”), con cuyo costo sabe Dios cuántos miles de respiradores y barbijos podían haber adquirido!
Se repitió la flexión de bíceps guerreros, hasta de contiendas que EEUU perdió en Vietnam, perderá en Afganistán, o empató con sabor a derrota en Irak. Faltaban nomás los clarines wagnerianos de fondo para el vuelo de los helicópteros en el filme Apocalipsis ahora; películas de aldeas devastadas por sus “Madre de todas las bombas”; el derrumbe de las Torres gemelas en Nueva York en el 11-S.
La minoría que votó por Trump duda de sus payasadas histriónicas sobre el coronavirus, como de las rosadas algas que hoy derriten algunos glaciares. En el otro extremo están la prensa, los científicos y la mayoría de ciudadanos que lamentan su liderazgo infectado de afán electoralista. Aumentan los votantes que llenarán las urnas en noviembre próximo rechazando al que entrará en carrera de peor presidente estadounidense.
Gran favor le hacen los bellacos que tumban estatuas de Cristóbal Colón sin reemplazarlas por las de Bartolomé de las Casas, de quien ni deben saber de su sotana. Tal vez el finado Ennio Morricone les podría silbar música de lo bueno, lo malo y lo feo de la historia. EEUU padece un tumor de 400 años de racismo antinegro, que mañana puede ser antimarrón (“latinos”) y pasado mañana antimorado (¿marcianos?). ¿Podrá extirparse?
Contextos distintos, dimensiones aparte, Bolivia lo sufre hace 500 años. Es el prejuicio racial de vivir a espaldas de su realidad sociocultural. Desde que en el siglo XVI los nobles aymaras reclamaron sin éxito a los conquistadores por fueros y privilegios de su alcurnia, se abrió la hondonada profunda entre los indios y los hispanos –indígenas y blancos, u “originarios” y “blancoides” de hoy– que ni siquiera la mezcla de sangre ha podido mitigar. Y no me vengan con que los europeos venían con mujeres: bastaban las indias, a las buenas o a las malas.
Surgió el mayoritario grupo social de los mestizos, que ni tres siglos de coloniaje ni casi 200 años de república han podido morigerar. En la era del descifrado genoma humano, prevalece la ignorancia sobre la pollera o el tipoy en el fondo del ropero nacional. Los bolivianos han optado por el blanqueo de la sangre indígena, a veces rehusando ser parte de la variedad latinoamericana de terrícolas. No hace falta ser yatiri o chamán, para percibir el divisionismo nacional desde que el anterior régimen optara por dividir y restar, en vez de sumar y multiplicar. Lo hicieron en la absurda escisión electorera en “originarios” y blancoides, siendo que la mayoría tiene la sangre mezclada: es mestiza.
En Bolivia y EEUU, hoy se manifiesta en la politiquería electoralista. En septiembre, un esmirriado electorado boliviano elegirá, si es que antes los mal gastadores “oregenarios” no baten aún más el caldo del descontento, el coronavirus siembra más cadáveres en las calles, y la oposición sigue dividida por la ambición, En noviembre, los estadounidenses “elegirán”, si antes “Boquita de Cereza” no suncha jingoísmo racista para pasmar otra vez, o el coronavirus mata más que la Guerra de Corea.
Hace poco mencioné algunas réplicas del terremoto de la Covid-19. Quedé corto en otros cambios sociales que el mundo deberá afrontar: el descrédito de los gobernantes, la politiquería corrupta y el racismo basado en el color de la piel. Afectan tanto a potencias como EEUU, cuanto a países misérrimos como Bolivia.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO