Ningún homenaje es suficiente
Qué difícil resulta escribir una historia cuando se tiene el propósito de que esas palabras conmemoren una vida segada en una guerra que nos encontró desarmados. Afrontar la muerte de alguien querido no es sencillo para la mayoría de la gente y más aún cuando llega de sorpresa. Estas líneas van dedicadas a todos los que perdieron a un familiar en esta pandemia.
Mi editor me encomendó la difícil tarea de escribir una nota con historias de personas que perdieron a un familiar por Covid-19. De hecho, siempre me costó hablar con la gente que sufre tragedias, hago un nudo a mi corazón, me digo: “es mi trabajo” y lo hago.
En esta oportunidad me resultó más difícil. Di varias vueltas por la sala, me preparé un par de cafés y me pregunté varias veces: “¿cómo empiezo?”; hasta que encontré una pizca de valor y me dispuse a hablar con mis entrevistados.
Las historias de cada uno las podrán encontrar en la nota informativa de esta edición, pero me atrevo a decir que fue uno de los artículos más difíciles en mi corta carrera de periodista. Resulta sencillo repetir las cifras de contagiados y fallecidos, pero qué complicado es decir que una mujer llevó el cuerpo de su marido en una camioneta buscando atención.
Cómo relatar ese dolor de las personas que tienen junto a ellos el cadáver de su ser querido y no pueden abrazarlo, no pueden hablarle, porque corren el riesgo de contagiarse. En esta maldita guerra se han ido papás, mamás, abuelitos, amigos, hermanos, sobrinos, primos, el gran amor de alguien, el héroe de una hija, el ejemplo a seguir de un hijo, ¿cómo poder hacerles un justo homenaje a todos ellos?
Entre entrevista y entrevista, charla y charla, salían algunas frases extra de las personas con las que hablaba. “Disfruta de tus papás”, me dijo uno. “El dolor es muy grande”, me dijo otro entre lágrimas. “No me queda más que aprender a vivir con su ausencia”, finalizó alguien.
¿Qué responder a eso? Nada de lo que yo les pueda decir les devolverá a sus seres queridos. Nada podrá borrar el dolor de sus corazones. Ninguna acción del Gobierno, política pública, ni bono fue, es, ni será suficiente para todos ellos.
Luego de escuchar las historias, me senté un minuto a pensar cómo empezar. Es una gran responsabilidad honrar a esas personas, su memoria y el legado que dejan. Las suyas no fueron unas simples muertes naturales, fueron más que eso.
Y me pregunté, ¿Cuándo fue la última vez que perdimos a más de dos mil bolivianos en cuatro meses? ¿Fue en la época de la dictadura?, ¿La guerra del Pacífico o la del Chaco? Ningún acontecimiento reciente, en definitiva.
Este 6 de agosto, la bandera debería tener un crespón negro. Se debería decretar duelo nacional y un minuto de silencio por todas esas almas. Y en cada hogar se tendría que reflexionar sobre esta tragedia.
¿Qué nos queda? En honor a todas esas personas deberíamos dar más valor a los que siguen a nuestro lado. Abrazar a nuestros padres, cuando podamos volver a hacerlo. Decir a nuestros hermanos que los amamos, no dejar solos a los abuelitos y cuidar a los niños. Amar a los vivos podría ser el mejor homenaje a los muertos.
La vida es un suspiro y no espera nuestras ganas de vivirla. Se nos fueron grandes personajes públicos y familiares anónimos. En unas cuantas palabras intentamos que esas muertes no sean en vano.
Y las autoridades, que seguro no dejarán pasar la oportunidad de dar algún discurso y proclamar su idea de priorizar la salud, es tiempo de que esas palabras pasen a la acción, que los responsables sean los mejores y planifiquen de verdad un mejor sistema sanitario.
Este derecho universal no puede seguir siendo la eterna deuda pendiente del Estado con la población.
Cambiemos, seamos mejores. Esa es una buena manera de honrar a todos los seres queridos que se fueron por el coronavirus. A los que creemos en Dios, agradezcamos por nuestras vidas y las de nuestros familiares y elevemos una oración por el eterno descanso de todos los que se marcharon.
La autora es periodista
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES