Retorno a la tierra con convicción y ternura
Nos toca vivir la malicia de estos tiempos, enfrentando dificultades de diversa y compleja índole. Para muchos, indudablemente, las preocupaciones, que ya eran de antes de la llegada de la pandemia del Covid-19, se han convertido en verdaderos problemas existenciales, particularmente durante los momentos de cuarentena rígida. Sin la posibilidad de trabajar y sin la remuneración correspondiente por una actividad económica realizada, muchas familias se han visto confrontadas con una realidad durísima para “simplemente subsistir”.
Muchas personas que dejaron con sus familias el pueblo y el terruño que los vio nacer, empujados por el sueño de encontrar en las ciudades del país mejores condiciones de vida y la esperanza de una buena educación y formación para los hijos, fueron engrosando las filas de los sin empleo digno o de los informales en plena marginalidad urbana.
Dejando sus conocimientos e innegables habilidades rurales atrás, en muchos casos fueron asumiendo como algo normal la realización de trabajos de emergencia, efímeros en su duración y sin mayor dignificación personal. Experimentando la vida de cada día, la de bajar melancólicos y desalentados de los barrios suburbanos de reciente creación y crecimiento espontáneo –todavía sin servicios– con la única esperanza de reunir unos centavos para un pan para los hijos. Y con la pandemia a cuestas, fueron viendo como su existencia recrudecía paulatina e inexorablemente. Un drama a repetirse entre miles.
Quién sabe, tal vez muchos fueron descubriendo en el “no todo lo que brilla es oro” el desencanto de ilusiones de presunto bienestar que a la hora de la verdad sencillamente quedaron en eso: ilusiones. Seguro que más de uno cuestionó su elección y pensó que una salida posible ante instantes tan difíciles habría podido ser la de un retorno a la tierra.
Sí, un retorno a la tierra que brinda alimentos a quien la labra y a sus seres queridos, sin la intermediación de trabajos por buscar y del “sabe sólo Diosito si hoy los encontrarás”… Pero, un retorno a la tierra con convicción y ternura que, de una u otra manera, involucre a todos y no sólo a quien regresa a la labranza.
Un retorno ideal que, físicamente, signifique para la persona que lo decide volver al cultivo y a los ciclos de la naturaleza con sus ritmos peculiares (que no son los urbanos) y con toda la problemática que eso implica asumir (el cambio climático, la resiliencia, los conflictos y bloqueos, las dificultades de acceder al mercado, etc.). Que, desde el ámbito intelectual y académico, ese retorno esté respaldado por pensamientos, reflexiones, investigaciones y publicaciones sobre la importancia de garantizar el cuidado necesario para que todo proyecto agrícola preserve la tierra y cuide a las personas. Que, espiritualmente, enseñe a amar todo lo que es tierra y gira alrededor de ella, yendo más allá de aquella visión mercantil y comercial de que sólo se trataría de un ulterior medio de producción cuyo rendimiento debe incrementarse al infinito para aumentar las ganancias de uno. Si fuera así, respetándose estas circunstancias, sabemos que sería un retorno complicado que, por esa misma razón, necesita de convicción y ternura como parte de un proyecto por pensar (con sus interrogantes y desafíos) de cómo volver a una vida más rural.
Convicción: no sólo a título personal de quien elige ese camino de volver a la tierra y está dispuesto a recorrerlo. Más fuerte todavía, el convencimiento a reflejarse en políticas públicas que sostengan esa elección de “muchos retornos”. Entonces, con la participación de un Estado totalmente convencido de que ésa sería una noble vía para muchos compatriotas que, además, contribuirían decorosamente a la seguridad alimenticia –y a su soberanía, si se fomentaran e incentivaran determinados cultivos con semillas autóctonas y originarias– sostenida por atentas medidas políticas estatales. No sólo exclusivamente de orden agrícola o directa y necesariamente relacionadas con las faenas agrarias, sino debidamente acompañadas por la generación de atractivas condiciones que garanticen buenas opciones de educación, salud y servicios básicos, siempre reclamados, pocas veces concretados de modo relevante y sostenido en el área rural.
Ternura: a reflejarse en esa pasión y proceso que “van en dirección contraria”, al estilo del maravilloso y sorprendente chipi chipi, diminuto pez que mide apenas 33 milímetros y pesa 0,38 gramos y que está dispuesto a nadar a contracorriente una distancia de más de 370 km por el río Beni para que se produzca el desove y sobreviva la especie. El sentimiento de admiración sostenida a partir de una empatía conmovedora hacia quien vuelve a hundir el arado y peina la tierra sin hacerle demasiado daño. Ternura a traducirse, desde la ciudad, en reconocerle al agricultor el precio –por los alimentos obtenidos en dulce simbiosis con la tierra– que permita una vida digna también en el campo.
El autor es sociólogo
Columnas de SILVANO P. BIONDI FRANGI