Por nuestros muertos, se los debemos
En estos tiempos, morirse es enterrarse en el olvido, no hay flores, ni música, ni familia, ni amigos; total ausencia de rituales o costumbres. En la más profunda soledad.
Ante la pandemia, nos han informado que estamos en un estado de guerra, el virus es el enemigo, todos a resguardarse o esconderse. Pero sucede que en la guerra se combate al enemigo de frente, florecen y priman los valores como la lealtad, la solidaridad y el sacrificio. No se abandona al compañero, al herido, al enfermo o a los caídos, no hay riesgos que valgan. Pero hoy la orden es alejarnos de los que nos necesitan.
Somos un pueblo que siempre ha convivido en armonía con la muerte, así lo demuestran nuestras tradiciones y costumbres, nuestra literatura, música o danza, ante la muerte, esa que no tiene que ver con el coronavirus, vivíamos sin temor.
Ahora somos víctimas de nuestros miedos e inseguridades a la hora de acompañar a nuestros enfermos, a nuestros muertos (seres queridos). Por el riesgo que significa la infección sacrificamos nuestros derechos y valores, abandonamos nuestra humanidad, olvidamos el sentido de nuestras vidas.
Para el ser humano no hay mayor consuelo que el saber que no será abandonado a la soledad, pero ahora, el temor al abandono nos consume ante la posibilidad de la llegada de nuestro turno.
La dignidad no acaba con nuestro último halo de vida, es el fin supremo de nuestra sociedad, es el sentimiento y principio fundamental que hace valiosos a cada uno de nosotros, no admite contingencias, nos exige tratar a los seres humanos como seres humanos en todo tiempo y lugar.
La voz de nuestros muertos (y también de nuestros enfermos) siempre nos reclamará, nunca estaremos en paz porque sentiremos vergüenza de nosotros mismos, por habernos cobijado bajo el argumento de cumplir con las exigencias de la nueva normalidad.
Perder la vida, todos vamos en ese camino sin excepción, pero no podemos perder el sentido de la vida. No tengamos miedo de hacernos cargo de hacer lo que tengamos que hacer, de hacernos cargo del ejercicio de nuestro derecho a la libertad de decidir de acompañar a nuestros enfermos, a nuestros muertos.
El virus ha tomado el control de nuestras vidas, debemos tomar el control del virus.
Toda decisión debe ser respetada.
El autor es asiduo lector de Los Tiempos
Columnas de JUAN CARLOS ESCALERA C.