La crisis climática requiere medidas urgentes
Era en Río de Janeiro, cuando el calendario gregoriano marcaba el día 3 de junio de 1992. Ese día se dio inicio a la Cumbre de la Tierra; un evento histórico sin precedentes que duró 11 días, y al que asistieron representantes de 178 países. Fue allí donde se dio la señal de alerta y se cuestionó la relación del hombre con el medio ambiente y su sostenibilidad.
Desde entonces, las diferentes cumbres ecológicas han confirmado que, algo no está bien en nuestra sociedad y en nuestra forma de vida. La humanidad en su conjunto está confrontada a una cadena de riesgos, de contradicciones, de sentimientos de impotencia, de desesperanza y de incertidumbre. De esa manera, después de muchas cumbres ecológicas y con la esperanza y la ilusión de llegar a un acuerdo para detener el calentamiento global, se llegó a la cumbre de París el año 2015.
En la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21) de París, representantes de 195 países negociaron un acuerdo que establece medidas para reducir emisiones de gases de efecto invernadero a través de la mitigación, adaptación y resiliencia. El objetivo era claro: evitar que el calentamiento global eleve la temperatura del planeta por encima de 1,5° C. Al día de hoy no se está cumpliendo el compromiso y el acuerdo no ha salido del escritorio de los firmantes.
La falta de voluntad de los que deben tomar decisiones para hacer cumplir lo acordado es más que desesperante. Lo paradójico es que saben la respuesta y está en sus manos. Se requiere de una actitud decidida para frenar el calentamiento global. Eso significa reducir drásticamente la cantidad de gases que bombeamos a diario a la atmósfera. Esto es posible si intrínsecamente quemamos menos petróleo, carbón y gas natural; si dejamos de talar indiscriminadamente los bosques tropicales y evitamos contaminar los ríos y los océanos con basura y desechos químicos.
Un par de informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) han puesto nuevamente al desnudo nuestra interacción con el medio ambiente. Los datos revelados en esos informes, corroboran que seguimos muy lejos de prácticas medioambientales sostenibles, y las emisiones de dióxido de carbono todavía son mayores de lo que nos podíamos imaginar. Estamos ante una crisis climática, y si no aplicamos las medidas acertadas, el panorama se tornará sombrío.
Expertos en clima de todo el mundo están mostrando enfoques más resueltos y esperanzadores. Ya existen estudios que demuestran que un cambio completo hacia el uso de fuentes de energía sostenible es factible y menos costoso que seguir esperando. Al principio se requerirían inversiones considerables para esa conversión, pero tienen sentido porque hasta el año 2050, los costes de energía disminuirían tanto, que los gastos estarían justificados.
Cualquier retraso en la protección del clima es peligroso, no solo por el aumento de las temperaturas, sino porque mientras más tarde sea la reacción, más fuerte será el llamado a la aplicación de medidas técnicas de ingeniería ambiental. El IPCC ya tiene en cuenta este escenario y no escatima en alertar que los costos adicionales lleguen a ser incalculables.
La crisis del coronavirus ha confirmado que existe el dinero para salvar la economía de grandes empresas privadas; eso implica que salvar el planeta es también posible e imperativo. El momento de negociar la crisis climática es ahora; postergarlo es condenar a la humanidad entera a sufrir las consecuencias. La inversión del 2% del PIB mundial en el desarrollo de tecnologías e infraestructuras sostenibles es suficiente para prevenir un cambio climático catastrófico, una cifra por demás razonable.
Un planeta verde y libre del uso indiscriminado de energías fósiles es posible. Ha llegado el momento de decir: sí a la implementación y al uso de energías renovables y sostenibles. Los humanos estamos muy conscientes de que los problemas sociales, políticos y económicos han dejado de ser temas aislados y el clima ha resultado ser más complejo de lo que nos habíamos imaginado.
El autor es ingeniero ambiental
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN