Huevos y castigos
Paseando por el Twitter encontré a una twittera que preguntaba: “¿La gente es realmente consciente en Bolivia de que el MAS es una organización criminal, no un partido político? ¿Ustedes creen que Mesa (que fue un traidor en 2003, un cobarde en los siguientes años y un cómplice del narco sicariato hasta 2020) será la mano dura que necesitamos?”.
En la parte final de su pregunta hacía una obvia alusión al candidato Camacho de quien se dice que tiene los huevos para dirigir al país y la firmeza para llevarlo por buen camino.
Es impresionante notar cómo muchos adultos piden mano dura. No sólo quieren huevos (como si las gónadas fueran sinónimo de valor) en el futuro presidente del país, sino que aplique castigos.
Habría que preguntarles qué entienden por mano dura y qué pasaría si esa mano les cae encima con todo el peso de la ley. Imaginemos el hipotético caso donde se decida encarcelar por 30 años, sin derecho a indulto, a todos los que coimean a un funcionario público y, justamente uno de éstos que quiere huevos y mano dura es pillado in fraganti pasando 15 pesos para conseguir que un trámite se agilice, aceptará ir a la cárcel, junto con quien hizo un desfalco por 500 millones de Bolivianos, ¿o le parecerá que es mucho castigo para una infracción leve?
Por eso es inadmisible pensar en el castigo, pero ahí están miles de adultos que justifican la violencia aduciendo que en su niñez recibieron cinturonazos, y hoy son gente de bien y sin traumas.
Son quienes encadenan a un perro, lo dejan sufriendo las inclemencias del tiempo, lo patean y le “enseñan” a ser malo para que aprenda a cuidar la casa.
Esas personas han aprendido a normalizar el castigo, sin recordar cuánto sufrieron en ese momento o justificando que se merecían el jalón de orejas porque eran terribles.
Son los apaga-incendios. No son previsores. No apuestan por mejorar el sistema educativo, comenzando por pensar en pagar mucho mejor a los maestros que ejercen un trabajo muy valioso. No piensan en mejorar el sistema de salud, pero sí salen a las calles a bloquear pidiendo ítems médicos en los hospitales.
Reparten golpes verbales digitales, se esconden detrás de fotografías familiares donde se los ve acompañados de hijos, hijas, esposas, todos vestidos iguales, sonriendo a la cámara y, tal vez, escondiendo los traumas que arrastran, las posibles infidelidades actuales y quién sabe qué otras cosas más.
Panorama triste. La violencia sólo engendra más violencia. Es momento de cambiar el paradigma y romper con el círculo de la violencia.
La autora es Premio Nacional al Periodismo Especializado en Banca
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER