Shakespeare, el poder y la pandemia
Política y pandemia. Férreamente atenazados por ambas y de cara al desastre: así vamos.
En semejantes circunstancias, nada como un viejo y buen proverbio, por ejemplo: “al mal tiempo buena cara”. ¿Qué otra le queda al ciudadano de a pie, desprovisto de todo poder? Después de todo le queda, también, la lectura. A la hora de ir pasando entre unas y otras catástrofes, leer abre otros mundos dentro de este o lo revela en toda su miseria, o en su ahora raquítico esplendor.
Las pestes y el poder son viejos como el hombre, la biología y la historia han estado siempre entremezcladas; las armas y los gérmenes son la materia de poblaciones y geografías, de cuentos y de páginas. Y quien sabía de estas cosas, como el que más, era Shakespeare.
En lo que sigue, va una traducción/adaptación del artículo What Shakespeare Actually Wrote About the Plague (Lo que Shakespeare realmente escribió sobre la plaga de Stephen Greenblatt publicado hará un par de meses en la revista New Yorker.
En tal artículo, nos enteramos de que Shakespeare pasó toda su vida bajo la sombra de la peste bubónica.
En el mismo libro en que se registró su nacimiento, también se anotó, al poco tiempo, la muerte de un tal Oliver Gunne y alguien garrapateó al margen del libro: hic incipit pestis: aquí empieza la plaga. Que se llevó, como ahora lo sabemos, a un quinto del pueblo.
Luego calles y plazas, en tiempos del bardo, se llenarían “con el humo del romero seco, el incienso o las hojas de laurel que se quemaban y se creía ayudaban a limpiar el aire de la infección y, si esos ingredientes no estaban fácilmente disponibles, los médicos recomendaban quemar zapatos viejos. En las calles, la gente andaba olfateando naranjas rellenas de clavo de olor. Presionadas con suficiente firmeza contra la nariz, tal vez funcionaban como una especie de máscara.”
Sorprendentemente, Shakespeare apenas se refiere a la plaga en sus obras. No es que se le esconda lo devastado; pues hay “líneas de Shakespeare que evocan un país tan traumatizado que ya no se reconoce a sí mismo, donde las únicas sonrisas están en los rostros de aquellos que de alguna manera no han seguido las noticias, y donde el dolor es tan universal que apenas se registra:
“¡Ay, pobre país!
Teme conocerse a sí mismo. No puede
Ser nuestra madre sino nuestra tumba, donde nada
Solo no saber nada permite sonreír alguna vez…”
Pero esas líneas (con que empieza un párrafo largo), pertenecientes al Macbeth, no se referían a las devastaciones causadas por la plaga sino a las de una tiranía. No a la vicious plague sino al vicious ruler.
Macbeth, como recordarán, es una obra sobre el poder y el desequilibrio que provoca el deseo ciego de tenerlo. Macbeth, con tal de alcanzarlo, no vacila en asesinar. Así eran esos tiempos. Hoy no se conocen sangrientos asesinatos políticos. Pero sí en cambio cosas como coimas y fraudes electorales.
Otro personaje, Ross, le dice a Macbeth después de que éste asesina al rey:
I fear / Thou play’dst most foully for’t.
Me temo que la jugaste muy cochinamente por él (por tener el poder).
Así pues Shakespeare, sigue Greenblatt, “centró su atención en una plaga diferente, la plaga de ser gobernados por un líder mendaz, moralmente acabado, incompetente, sangriento y finalmente autodestructivo.”
Pero a las maravillas shakespearianas, que como se ve atraviesan el mundo y las edades, no podía asistirse tan a menudo: los teatros se la pasaban cerrados buena parte del tiempo debido a las reincidentes pandemias, cuarentenas, y sus recaídas. Graves las hubo en 1582, 1592-93, 1603-04, 1606, y 1608-09. Creen los historiadores que las salas de teatro, tan concurridas, nunca llegaron a estar abiertas por más de nueve meses consecutivos. Nuevos contagios, nuevas muertes, a cerrar otra vez…
A medida que nos vamos enterando, se produce una de esas extrañas superposiciones históricas, que tanto nos enseñan hasta qué punto es tan repetitivo es el ser humano, cuán terriblemente limitado es el repertorio de formas que se da en lo más quemante del poder. Pues si bien Greenblatt sigue hablando de Macbeth, lo cierto es que también parecería estar refiriéndose a otra pieza, de otro teatro, llamada
“Evo en Buenos Aires”:
En esa pieza, nos encontramos con que “…aunque siempre encuentra personas dispuestas a llevar a cabo sus órdenes criminales, estando solo se siente cada vez más ansioso, “encadenado, encerrado, confinado, atado / a corrosivas dudas y temores". Y, bajo una presión cada vez mayor, el cálculo da paso al impulso bruto, la confianza temeraria de que sus instintos siempre tienen la razón:
“A partir de este momento / Las primicias de mi corazón serán / Las primicias de mi mano.
“From this moment / The very firstlings of my heart shall be / The firstlings of my hand.”
A leer pues a Shakespeare, para entender mejor hasta qué punto puede llevar, a los canallas, la búsqueda del poder a cualquier costa.
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.