La Biblia, la política, y la impostura
Hace algo más de una semana, en un programa de televisión, pudimos ver al candidato Camacho enredarse con la Biblia. No dio pie en bola cuando la presentadora, muy mala ella, le pidió que leyera alguna parte de ese libro considerado sagrado por tantos, y por él mismo.
El episodio puso en evidencia algo muy triste del heroico señor Camacho, y es que una parte de su discurso es una tremenda impostura, sus ademanes fueron similares a los del candidato a diputado por el MAS, que tan suelto de cuerpo dijo que ser socialista es ser sociable.
Los bolivianos, o una buena parte de nosotros, estamos cansados de las imposturas, de que los actores políticos se hagan pasar por lo que no son. Eso, principalmente en lo que respecta al partido que gobernó la patria durante casi tres quinquenios: se llenaban la boca con planteamientos socialistas e indigenistas, y no eran ni lo uno ni lo otro. Entre paréntesis, sin embargo, por suerte, porque si hubieran sido genuinos con sus propuestas tal vez nos hubiera ido peor. Si realmente se le hubiera hecho caso a Choquehuanca, no sabemos en qué hubiera quedado la niñez recibiendo coca en vez de leche en el desayuno escolar, si realmente se hubieran nacionalizado las empresas petroleras, tal vez estaríamos en una situación mucho más arruinada.
Pasa lo mismo respecto al candidato de Creemos, (un nombre verdaderamente horroroso para un partido político). Le hemos pescado la impostura a su candidato. El joven empresario parece que no tiene la suficiente paciencia para leer ese libro y, en realidad, uno puede sentir un cierto alivio al respecto, principalmente porque si de verdad tomara en serio su fe y creyera que se debe gobernar con la Biblia en la mano, muchos bolivianos, empezando por el que escribe, tendríamos que pedir asilo si él resultara triunfante.
El alzamiento popular que tuvo lugar en octubre y noviembre del año pasado, creo que fue contaminado por la simbología religiosa que significó arrodillarse ante la estatua del Cristo, en Santa Cruz, o usar la Biblia al momento de entrar al palacio abandonado por el crápula, o cuando la Presidenta interina, aclaremos, constitucional y legítima, salió al balcón de marras, cargando un enorme volumen.
Visto desde otro ángulo, esa Biblia, que es un documento y un símbolo fundamental de la cultura y de la religiosidad de la mayoría de los bolivianos, terminó también siendo mancillado porque fue usado para un propósito que podríamos llamar como poco santo, un teólogo jamás avalaría una acción de esa naturaleza.
Pero hay algo más, el fundamentalismo –sea este cristiano, católico, judío o islámico– puede llevar a que los individuos dentro de sus comunidades sean terriblemente coartados de libertades que, eventualmente, son casi tan importantes como el hecho de respirar.
La modernidad, con sus grandes y serios problemas, da mayor libertad a las personas, y ese es un bien que es profundamente apreciado. Los usos y costumbres antiguos, pueden estructurar más sólidamente a las sociedades, pero atentan precisamente contra esa libertad.
Tiene que llamar la atención, que el partido del (relativamente) joven candidato –que se proclama de una nueva generación y que se presenta como alternativa contra lo viejo y lo caduco– enarbole simbologías antiguas: eso no deja de ser esa una flagrante contradicción.
El fundamentalismo, como la religiosidad exacerbada y la religiosidad dentro de los sistemas de poder político, no puede ser deseable porque es, además, intolerante y, en ciertos casos, avasalladora. Una variante perversa de ese fundamentalismo puede ser un fundamentalismo impostado: hacerse pasar por religioso para ganar adeptos a una causa. Una variante más perversa aún es que la impostura sea tan flagrante que pueda ser puesta en evidencia con un gesto en un programa de televisión.
Dicho sea de paso, la escena de Camacho no sabiendo qué hacer con el enorme libro, me hizo pensar en Atahualpa cuando le mostraron por primera vez una Biblia.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ