¿Qué nos pasa?
Bloqueos, el problema del manejo de la basura, conflictos en la Plaza Principal de la ciudad, saturación de discursos de los candidatos en tiempos electorales, incertidumbre ante el escenario político que nos espera el siguiente lunes y, además continúa la emergencia sanitaria y los temores de contagiarse de Covid-19.
En este panorama descalabrado, el yo social se debate ante el cansancio de un año que trastocó todo aquello que dábamos por sentado y la resaca de esa veintena de días del año pasado, donde y para variar, tuvimos un momento decisivo y violento. Uno que todavía no procesamos del todo. Un tiempo en que confirma, nuevamente, que tenemos por costumbre o inercia una clara predisposición al conflicto,
¿Qué nos pasa? Nos pasa todo, en un vértigo que no permite procesar en toda su dimensión las consecuencias de todo este frenesí. Nuestro conflicto está en la destrucción casi permanente del panorama cotidiano con todo lo bueno y lo malo que suponía, lo que se instaura es una pérdida de la alteridad, del otro, la fantástica posibilidad del encuentro y descubrimiento de la compleja red de identidades que suponía el otro, cosa que además es imposible hoy en la turbulencia de los tiempos que corren.
La paradoja radica en que, pese a esta exaltación hasta grotesca del yo, no podemos ni debemos, deslindarlo de esto que nos hace más humanos, el vivir en sociedad. El encontrarnos en estos lazos que nos permiten generar pertenencia sin dejar de lado al sujeto, pero al sujeto en red, en interconexión.
En este largo cansancio que se acumula y tiene visos imprevistos para encontrar su camino de fuga, asistimos además a un hartazgo de información. En su artículo Saturación de información influye en el comportamiento de las personas de Farrah de la Cruz Cárdenas, afirma que “la ansiedad es una respuesta habitual de los seres vivos ante un riesgo real o imaginario. Sin embargo, cuando estas sensaciones son difíciles de manejar o las proyecciones de nuestros pensamientos diarios no se resuelven y nos sobrepasan, pueden desencadenar trastornos emocionales que provocan sensaciones de malestar, tensión, opresión, nerviosismo, preocupación, entre otros (…). La saturación de información a la que nos enfrentamos influye en el comportamiento tanto de las personas ansiolíticas como de aquellas menos nerviosas. Mientras las primeras entran en pánico, las segundas se hacen más temerarias”.
En este contexto, los caminos de fuga deben atravesar con menor o mayor éxito las enfermedades del burnout o síndrome de estrés, uno que ha llegado a un punto de inflexión que ya es insoportable. Por ello, lo que nos pasa es que debemos pensar urgentemente en volver a trazar un destino común, en construir desde la democracia que anhelamos, la Bolivia que anhelamos, la reconstrucción de ese lazo que hemos roto. Construir un futuro más promisorio para el conjunto de bolivianos.
Por ello apremia, ahora más que nunca, ejercer el: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO