Viernes por el mundo
Como andarán de trastocadas las prioridades mundiales, que más cobertura mediática tiene el hilo dental de una culona aplicado no a sus dientes, sino a su raja posterior. Y es que el ser humano está al borde de una nueva extinción masiva, pero poco importan los mares como basurero, los bosques incendiados, los animales silvestres reducidos a últimos de su especie, los peces extinguidos para delicias japonesas, las selvas taladas para que las nenas, y muchas viejas arrugadas por ahí, tengan crema de belleza con ácido hialurónico: (¿qué ej esho?, diría mi nietita).
Eso pensé al ver programas honrando a Greta Thunberg, la chiquilla que hace tres años, a sus 15 añitos se plantó en un rincón cercano a su colegio con un letrero pregonando su huelga de alarma por el cambio climático. Inició las iniciativas para que el planeta tome conciencia con su movimiento “Viernes por el mundo” a los que me adhiero con entusiasmo. Hay miles como ella, entre ellos una hija mía que combate molinos de viento contra la tala de árboles y se maravilla de mariquitas entre las matas de apio. La llamita de la niña sueca prendió una fogata de esperanza en el mundo.
La cara pesimista de mi sardonia inhibe mi optimismo. No es para menos. Expertos dicen que la especie humana tiene plazo de 10 a 20 años antes de que la Tierra sea inhabitable para humanos o las hormigas hayan heredado nuestro hermoso planeta azul y las guerras sean entre ellas y chulupis.
Gracias a Dios no estaré presente o, a lo más, babeando incoherencias si lo estoy; pero me preocupan mis nietitos. El deterioro planetario ya está “viento en popa a toda vela”, aunque los jóvenes de hoy ni saben quién compuso el poema, ensimismados que andan con algún reggaetón de moda. La Tierra se está calentando, esta vez no solo por el ciclo natural en aumento desde la época medieval, sino por el efecto invernadero provocado por la acción irresponsable del hombre.
¿A quién le importa el calentamiento global?, dirá algún boliviano. Castigo de la Pachamama a Chile por robarnos el mar, que su angosta y viborera costa, incluida Antofagasta, Iquique y Arica, queden bajo las aguas de océanos elevados por el derretimiento de la cachucha ártica y el calzón antártico. ¿Acaso tenía esquíes para ir al glaciar de Chacaltaya?, despotricará un cocalero. Un aymara recalcitrante bufará: “que se jodan los pescadores urus porque no hay peces, ni agua tampoco, en el lago Poopó”. Los más cavilarán que los cambas hagan churrasco de reses quemadas por incendios.
Cópiense los atuendos beduinos, porque se vienen olas de calor. Ya se observaron en el país, culpados a la sequía. Ambos extremos ya se han dado en Bolivia, junto con vientos y lluvias ciclónicas inusuales, que solo preocupan a los afectados por riadas y mazamorras; en EEUU son una seguidilla de huracanes y tormentas asesinas de verdad. Guarden las fotos de nevados y glaciares, porque serán antiguallas como carretones y arenales de Santa Cruz de la Sierra, o el tranvía cochabambino que llegaba a Calacala.
Así como la gente se preocupa de represalias políticas de uno a otro, a pocos quita el sueño la economía desastrosa: ya no llegaremos al nivel de Suiza, pero siempre queda el penoso recurso de pedir limosna internacional. En vez de ilustrar pasados históricos perdidosos, deberían enfocarse en qué hacer, ya que el altiplano boliviano estará en la mira de los tanques chilenos.
Muchas especies en extinción están ligadas a la destrucción de ecosistemas. Pocos negaran que del oso andino de anteojos quede solo el nombre de “jucumari”, quizá porque los “originarios” los asesinan, o el caparazón de los armadillos sirve para charangos folclóricos, o las plumas de flamencos adornan las testas de bailarines adoradores de la Pachamama.
Repito que la cara pesimista de mi sardonia ciega mi optimismo. Otra vez gobernaran los tumbadores de selvas para sembrar la “hoja sagrada”. Los ríos amazónicos y platenses estarán contaminados de derrames tóxicos. Los consumidores de las nuevas clases medias preferirán bolsas de plástico que se tiran a la basura. Menudearán liberaciones de impuestos a carros contaminantes viejos, mientras persistimos en competir con la NASA con nuestra propia Agencia Espacial. Seguirán las ferias con vendedores de animales en peligro de extinción.
Todos los desatinos en contra de nuestro “trono de oro” ambiental, se pagarán con nuevas cepas de enfermedades que, como el virus en forma de corona, no pueden controlar ni los países avanzados y ricachones, que para entonces tendrán colonias en la Luna o en Marte.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO