La astucia masista
El “indigenismo” de los masistas es nomás la fachada, la careta visible de astutas, nefastas formas de abuso de poder. En toda sociedad y en todas partes, desde la dimensión jurídica la astucia es instintiva de la delincuencia organizada.
Cuando se obra con astuta intención se está orientando el accionar hacia la malsana obtención de provecho, de conseguir algo de muy mala manera en beneficio propio y perjuicio de otros. En política representa una predeterminada forma no racional de obrar. Diremos que es la habilidad delincuencial para engañar. No es por tanto querida ni consentida, al contrario, es condenada y repudiada, por la sociedad, debido a la inmoralidad que representa.
El obrar masista de hace tres días que ha cambiado la modalidad de los dos tercios de votación por la simple mayoría para aprobar y sancionar temas fundamentales en la Asamblea Legislativa Plurinacional, es sin duda una actitud, de pleno, astuta e inmoral, que instituye la irracionalidad inconsciente por encima de todo buen, correcto y leal proceder.
No es objeto de protección jurídica porque afecta a otras sensibles cuestiones de interés nacional, a la soberanía popular en primer lugar, al voto recientemente emitido por aquella minoría que ha perdido en los recuentos, pero no en su capacidad para expresarse para debatir sobre la administración estatal desde el flanco de la fiscalización y el control.
La aprobación de las reformas a los dos tercios de votación, muestra la supina ignorancia de los parlamentarios masistas, la falta de respeto consigo mismos, propia de las “malas gentes”. No es una decisión que se encuadre en el marco del espíritu de la Constitución, tampoco es un magistral juego político a pocos días de fenecer el prolongado periodo parlamentario, sino una rapaz pendejada delincuente, que revela la inseguridad de los mandatarios electos que, a título de asegurarse gobernabilidad, ordenan cambiar a discreción suya las normas parlamentarias.
Los masistas quieren seguir hegemonizando las más importantes decisiones administrativas y políticas, con voto de simple mayoría, como la designación de embajadores, los ascensos en las Fuerzas Armadas, la Policía, en lugar de la votación de dos tercios de parlamentarios requeridos para sancionar asuntos de esa naturaleza. La nueva jugarreta pretende anular a la oposición, y con ello someter la libertad de expresión, el disenso, la discusión. Si en la gestión de los 14 años fue la aplastante mayoría de los dos tercios, ahora pretende ser la simple mayoría, astucias que afectan la institucionalidad democrática y ponen al descubierto la relación entre delito y poder que no es de extrañar en el masismo talibán. Todo apunta a imponer sus criterios sobre los demás, un totalitarismo que socava las estructuras del poder, encubierto en un falso “indigenismo”, con acciones delincuenciales contra el poder desde el poder mismo, violenta e ingeniosa.
No es el racismo la diferencia, ni el genuino indigenismo, sino, eso de que saben que no saben, el temor a ser superados en calidad expositiva y de razonamiento racional, la falta de preparación parlamentaria que los motiva a recurrir a malsanas actitudes nada democráticas como la astucia que linda con la delincuencia, con las mafias organizadas.
Esa es la diferencia que da bronca, esa mayoría supina precedida de negligencia en aprender lo que debe saberse y conocerse. De imponer por la fuerza bruta aquella visión sagrada para ellos, del “hermanismo” fundamentalista.
Es preciso enfrentar esta nueva lesiva acción con energía, antes que cause más daños a la democracia.
El autor es periodista
Columnas de JAIME D’MARE C.